Alfonso Ussía

Kempinski

La Razón
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La excusa, una manifestación sin manifestantes en los alrededores de la Puerta de Brandenburgo en Berlin. Los novios, cuatro gatos con banderas moradas y una pareja de mujeres con una pancarta a favor de la ETA. Los novios se habían alojado en el Hotel Kempinski y reflejaban en sus rostros la luz de la felicidad compartida. Si no recuerdo mal, existen dos hoteles Kempinski en Berlin. El Bristol y el Adlon. El segundo es de cinco estrellas y el primero de cuatro. Se deduce, mediante la lógica, que los novios se alojaron en el de cinco estrellas, muy céntrico. Los expertos aseguran que en el Adlon Kempinski se duerme mejor que en Bristol Kempinski, si bien el restaurante del Bristol es superior al del Adlon. Una pareja de novios valora con más ardor la comodidad de la cama que el alarde gastronómico, de ahí la probable elección del Adlon Kempinski para el proceso de pernocta en suelo berlinés. En una serie doblada en Puerto Rico en los primeros años de TVE, dos hombres contemplan los andares de una atractiva mujer y uno de ellos le comenta al otro. «Desididamente, camina en bellesa». Ella, la novia, caminaba en belleza entre las siete banderas moradas y la pancarta de Bildu, que nadie sabe qué pintaba esa pancarta en los entornos de la Puerta de Brandenburgo. Finalizada la manifestación, los manifestantes detuvieron tres taxis, y emprendieron la vuelta a sus hogares, mientras los novios, Irene y Pablo, ella caminando en belleza y él en belleza más limitada, agarrados por la cintura como en la balada de Ádamo, retornaron al hotel en amante paseo. De cuando en cuando, se tomaban de la mano, y pasaban de la balada de Ádamo a la de Françoise Hardy, «Tous les garçons et les filles de mon age»...

La manifestación no supuso un gran esfuerzo físico. Una manifestación de veinte personas se ventila en un momento. Los novios degustaron en común un típico almuerzo berlinés y pasaron a descansar a su habitación. A descansar del descanso, y simultáneamente, a cumplir con la recién llegada primavera. Y ya en la atardecida, con gran dolor, hicieron las maletas y se dirigieron al aeropuerto para embarcar en el vuelo a Madrid. Creo que fue Hervé Villard el autor de aquella canción «Capri, c´est fini», que causó furor en los años sesenta. Una canción triste, de final de verano, de nostalgia amorosa. En el taxi hacia el aeropuerto, los novios la tatarearon adaptando la letra a su experiencia. «Berlin, c´est fini», según me ha narrado el conductor del taxi. En otro coche de alquiler, viajaban los asesores de los novios llevando el fajo de banderas moradas, que abultaban bastante. Por supuesto, todo ello después de abonar la habitación y los extras consumidos en el Kempinski, ante cuya factura la novia susurró al novio. «Amor mío, mi torete, qué caro es Berlin». A lo que él respondió: «Calla, tía, que esto lo paga Vistalegre II».

Y en el tercer taxi se acomodaron los cámaras y fotógrafos, porque ningún medio de comunicación alemán cubrió la manifestación sin manifestantes. Tuvieron que llevarlos desde Madrid, y aunque intentaron grabar y fotografiar a una multitud, la cosa resultó tan chunga que hasta el novio se encolerizó con el resultado. Y eso, a pesar del carácter apacible, sosegado, sonriente y afable del novio en cuestión, con un carácter, como el de ella, esculpido para el amor.

Se hizo la noche en el aire. Nostalgia del Kempinski. No obstante, se miraron y un hilo de lava volcánica unió sus cuerpos en un abrazo y beso interminables. «En el fondo ha sido un éxito, mi hombre, mi jefe». «Sí, tú y yo lo hemos pasado en grande, mi vida, mi portavoz».

Y el Kempinski de Berlin, ya tan lejano, pero siempre y para siempre en sus corazones. Qué bonita es la juventud.