Julián Redondo

La paz es imposible

La Razón
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Excepto en el Camp Nou, y sólo si se porta bien, a Piqué le van a pitar en todos los campos de España y en algunos del extranjero si se extiende la moda. ¡A Iniesta, el yerno ideal, le silban en San Mamés! ¡A Casillas le han repudiado en el Bernabéu! Cristiano Ronaldo escucha música de viento casi siempre que juega fuera de casa, ¡buuuh! A Fernando Hierro no podían verle en Riazor. ¿Todas estas fobias, intrínsecas del balompié, justifican las protestas generalizadas contra Piqué? No. Le pitan los madridistas porque es el azulgrana que, aparte de Stoichkov, más hurga en las heridas que causa la competición. Paradigma del bromista, cargante hasta el extremo de escupir al delegado de la Selección, deambula entre ángel y demonio; pero genera demasiadas tensiones y problemas donde no los hay.

La silbatina en Ponferrada fue desagradable, como la de Oviedo, por tratarse de un jugador comprometido con la Selección. Es un hecho. El «bad boy», complaciente con quienes se sitúan por encima de la ley y rechazan las más elementales normas de conducta, predica la libertad de expresión y no reprueba las protestas al Rey y al Himno, que, sin embargo, defiende. Es contradictorio. Tiene más morro que frente. Si fuera independentista no jugaría en la Selección; en justa reciprocidad por sus opiniones, acepta el papel de canalla. Asume que le piten cuando preserva en el campo los intereses deportivos de los españoles, para disgusto de Mas. Pero el asunto se desmadra al rehusar la Federación jugar en el Bernabéu porque los pitos a Piqué están tan garantizados como los que se escuchan en la final de Copa cuando juega el Barça. La paz es imposible.