Ángela Vallvey

Nación

La Razón
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Rougemont, en su obra «L’Amour et l’Occident» hablaba sobre el carácter pasional de los movimientos políticos. Verbigracia, el nazismo. Decía que la política de masas practicada desde 1917 no era más que la continuación de la guerra total por otros medios. Interesado por el Estado totalitario, veía en él un estado de guerra prolongada, mantenida a perpetuidad en la nación. La guerra total como liquidadora de toda posibilidad de pasión, concebida como política que traspasaba las pasiones individuales al ser colectivo. Mientras que la educación totalitaria le niega sus derechos al individuo, tomado uno a uno, concede a la idea de nación todo aquello que no le permite al ciudadano. Así, la pasión se concentra en la nación, y ésta se convierte en el único lugar, el ente exclusivo, capaz de tener pasiones. La nación como el lugar de los héroes, de los mitos divinizadores, el espacio común que exige que los individuos se olviden de sí mismos y sólo piensen en la medida en que pueden contribuir a la colectividad llamada «nación». Los problemas personales serían secundarios, frente a las necesidades de la nación. Cabe pensar incluso en la eugenesia, que extirpa los defectos de las personas, que elimina las pasiones privadas e impone una moral personificada en el Estado-nación. Rougemont recordaba las palabras imperativas de Hitler a los alemanes: «¡Procread!»... Y también las que dirigió a sus vecinos: «Somos demasiados entre nuestras fronteras, ¡exijo nuevas tierras!». La pasión con que los individuos alimentan la idea de su Estado-nación, el amor-pasión con que se identifican tozudamente con ella, tarde o temprano desemboca en un conflicto que, aunque no se verbaliza como tal, siempre está presente en la política encaminada a exaltar la grandeza nacional. Hitler era consciente de que las masas son alérgicas a las ideas abstractas, mientras que se dejan manipular por los sentimientos. En su obra, recientemente reeditada, «Mein Kampf», se ufanaba de saber que «en todas las épocas, la fuerza que ha puesto en movimiento las revoluciones más violentas ha residido menos en la proclamación de una idea científica, que ampare a las multitudes, que en un fanatismo animador y en un verdadero histerismo que las desboque a la locura»... Lo que resulta sorprendente es que, en nuestra época, existan lugares donde todavía la acción pasional de las masas se incline hacia la catástrofe en su búsqueda enloquecida de servir a la caduca idea de nación.