Alfonso Ussía

Tics

El tic es voz onomatopéyica. A partir de determinada edad, no longeva, todos los seres humanos tienen un tic, o dos, o muchos. Movimiento convulsivo –creo que también compulsivo–, que se repite con frecuencia, producido por la contracción involuntaria de uno o varios músculos. Eso dice la Real Academia Española. Creo que se ha quedado corta. Hay tics sin dependencia muscular. Cuando escribo con pluma, llevo mi mano izquierda voluntariamente sin depender de contracciones involuntarias a mi patilla izquierda, y con los dedos pulgar e índice me tiro de los pelos, y nunca mejor dicho. Contaba un maledicente ministro del régimen anterior, que un colega en el Gobierno se ponía tan nervioso cuando tenía que cumplimentar al Generalísimo, que se la colocaba. Metía su mano en el bolsillo derecho de los pantalones y se la acomodaba a conciencia. Cuando había pasado el trance del saludo, se olvidaba del escoramiento de pito y recuperaba la felicidad hasta el saludo siguiente. En el fondo, tic y manía se llevan estupendamente, y es complicado distinguir al uno de la otra.

Pero el tic facial, el único descrito por la RAE, no es un movimiento habitualmente divertido. Puede llegar a contagiar al interlocutor del ticoso. Jordi Pujol, cuando habla, simultanea siete tics diferentes. Pero a Pedro Sánchez, que aparentaba ser un hombre bien educado y en la campaña electoral ha roto en grosero, le hace una gracia especial el tic de Rajoy, que es un tic gallego, un tic que no es tic, un prólogo inconcluso de tic como mucho, pero el agudo Sánchez se lo ha adjudicado a la tensión electoral que padece el presidente del Gobierno. Y se ríe mucho cuando los músculos de Rajoy permiten el movimiento involuntario. Menos mal que Rajoy no es manco, ni cojo, ni tuerto, porque si se dieran tales circunstancias a Pedro Sánchez habría que internarlo en un hospital por sus ataques de risa. «Su tic en el ojo es por los nervios, porque sabe que va a perder». Como poco, su comentario se aleja del respeto y la elegancia. Por otra parte, debe cuidar Sánchez el movimiento de sus músculos. Cuando alguien se obsesiona con el tic de otro, termina por adquirirlo. Como el bostezo. Bostezo llama a bostezo, de igual manera que un tic observado se convierte en un tic propio y protagonista. Sucede que si un observador descubre en Sánchez un tic y lo hace público mediante un escrito o una declaración, el asunto pasa a palabras mayores y fascistas, porque no está socialmente admitido una crítica al físico de un dirigente de la izquierda. Decirle a Pablo Iglesias «Coletas» es un insulto fascista, pero llamar despectivamente a Esperanza Aguirre «la marquesita», es divertido y regocijante. Y falso, por otra parte, porque no es marquesa, sino condesa, de Bornos concretamente. Llamarle «marquesita» es como definir a Iglesias de «calvito» o a Pedro Sánchez de «zapaterillo», que se parece, pero no, Sánchez es Sánchez y Zapatero es Zapatero, faltaría más.

Me he fijado tan poco en Rajoy en los últimos meses –no obstante, y aunque haya sido incoherente y decepcionante tengo la intención de conceder una última oportunidad al PP con mi voto–que no puedo afirmar si el supuesto tic de Rajoy es una realidad o la ilusión humorística del secretario general del PSOE, muy crecido moralmente por el desbarajuste andaluz protagonizado por la respetable trianera. No sé si Rajoy tiene un tic o si no lo tiene.

Pero sé perfectamente que Pedro Sánchez, con tic o sin tic, es un ineducado que habita en la descortesía.