Las correcciones

La política del espectáculo

Con su escenificación de la dimisión, sea real o no, ha quedado descalificado para un cargo internacional

Si hay algo que comparten la derecha y la izquierda española es en reconocer que Pedro Sánchez es un político imprevisible. Lo ha vuelto a demostrar con su carta abierta a la ciudadanía en la que amaga con dimitir este lunes por el «acoso» a su mujer, Begoña Gómez. Igual que con la moción de censura a Rajoy en 2018 o el anuncio de las elecciones anticipadas de 2023, el presidente español sorprendió a propios y extraños con su retiro de cinco días para meditar si merece la pena o no, seguir en política. La propia exposición de la pregunta debería ser una respuesta. Pero nadie se aventura a adivinar qué conejo se sacará de la chistera o si pondrá fin a su atribulada carrera política.

Ciertamente, la carta está escrita por un dirigente que parece agotado y amortizado. No es para menos. Sánchez ha hecho de la lucha una manera de estar en política. Y eso es extenuante. Surgió de la nada en 2014 como un diputado prácticamente desconocido para hacerse con las riendas del partido político más antiguo de España. Elegido para liderar el PSOE en 2014, fue considerado como un cadáver político tras llevar a los socialistas a las peores derrotas electorales de su historia, en 2015 y 2016. Fue expulsado de la dirección en un Comité Federal agónico, pero recuperó su puesto en unas primarias en mayo de 2017. En apenas un año, en 2018, se convirtió en el primer presidente de la historia de España en asumir el poder a través de una moción de censura contra el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, tras una operación de acoso y derribo por un caso de corrupción, Gürtel, en el que no estaba implicado directamente el jefe del Gobierno, sí su partido.

Tras la paliza en las elecciones municipales de mayo del año pasado, Sánchez descolocó a todos convocando unas elecciones anticipadas para finales de julio, en pleno verano. Perdió, pero consiguió articular una frágil mayoría alternativa con los votos de nacionalistas e independentistas. Obtuvo una victoria táctica, pero un Gobierno débil de poco recorrido. La promesa de la amnistía a los líderes separatistas del procés, que llevaron a Cataluña a una tensión sin precedentes y una asfixia de la convivencia, provocó las críticas de incluso altos cargos de su propio partido.

En su carta, Pedro Sánchez recoge la expresión de Umberto Eco de «la máquina del fango» para describir la campaña mediática contra su mujer después de que un juez abriese diligencias judiciales contra ella por presuntos favores a empresas privadas que ganaron concursos públicos y recibieron subvenciones. Sin embargo, él mismo recurre a esa «máquina del fango» con sus descalificaciones del principal partido de la oposición, ganador, a la postre, de las últimas elecciones generales. El presidente parece moverse por la política del espectáculo (de la Sociedad del espectáculo de Guy Debord) con una escenificación de su salida. Tiendo a pensar que si hubiera intención real de dimitir ya lo hubiera hecho y da la sensación de que está escribiendo un nuevo capítulo de su manual de resistencia. Resulta una actitud reprochable en un contexto global tan volátil, con dos guerras abiertas en Europa y en Oriente Medio. Sánchez siempre ha flirteado con un puesto internacional (sonó como secretario general de la OTAN), pero tras este numerito debería quedar descalificado.