Cataluña

El desplome de Pedro Sánchez en las encuestas alarma al PSOE

La Razón
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A medida que se aproxima la cita electoral del 20 de diciembre crece la alarma entre las filas del PSOE por las malas expectativas que otorgan las encuestas a la candidatura de su secretario general, Pedro Sánchez. Incluso descontando la inusualmente alta volatilidad en las respuestas de un amplio sector de los encuestados, que no acaban por decantarse por una u otra opción, la realidad que reflejan los sondeos de intención de voto es que los socialistas se han desplomado en los últimos dos meses, hasta el punto de que podrían quedar por debajo de Ciudadanos, firmando así el peor resultado electoral desde la reinstauración de la democracia en España. Si tomamos como referencia las dos últimas encuesta de NC Report para LA RAZÓN, referidas a octubre y noviembre, el PSOE pierde cuatro puntos porcentuales de apoyo entre sus antiguos votantes –la fidelización del voto desciende del 73,3 por ciento al 69,6 por ciento– en beneficio, por supuesto, de Podemos, pero también de Ciudadanos, lo que es muy significativo, porque es una fuga de electores desde el sector más centrista del partido y reproduce, con muy pocas variaciones, lo sucedido en las elecciones autonómicas de Cataluña, donde fue superado por el partido de Albert Rivera, que obtuvo buena parte de sus votos en los feudos tradicionales del socialismo catalán. En este sentido, a Pedro Sánchez no sólo le está pasando factura su equidistancia frente al desafío separatista de Artur Mas –cuando llegó a responsabilizar de la situación en igual medida a quien defendía la Ley y los principios constitucionales y a quien se proponía conculcar la legalidad y hacía gala de despreciar la soberanía nacional–, sino, también, la inconsistencia de sus propuestas, poco meditadas y en demasiadas ocasiones condicionadas por la, entonces, fulgurante ascensión del líder de Podemos, Pablo Iglesias. Frente a quienes, dentro y fuera del PSOE, le advertían del riesgo de asumir un mensaje populista radical desde un partido con larga experiencia de gobierno y con aspiraciones a la victoria electoral, Pedro Sánchez extremó su lenguaje y trató de travestirse de lo que no era: un profesor antisistema, tránsfuga de la vieja izquierda comunista, mimado en los platós de televisión y aupado sobre las desgracias de la crisis económica más grave de la historia reciente de España. Tampoco le ha favorecido, aunque en este caso la responsabilidad deben compartirla la mayoría de los dirigentes socialistas, la serie de pactos de perdedores que ha firmado con partidos de cuño nacionalista y de extrema izquierda, sin más razón que la de expulsar a los populares de ayuntamientos y comunidades. Ciertamente, durante las últimas semanas Pedro Sánchez ha limado su discurso de gastados populismos, –hasta el punto de reconocer que no cree posible que pueda bajar la presión fiscal–, y ha hecho honor a sus compromisos de Estado, respaldando al Gobierno en la lucha contra el terrorismo yihadista y abandonando posiciones equívocas frente al separatismo catalán. Pero, asimismo, consciente de las dificultades que afronta, ha tomado la decisión de dar carta de naturaleza a los dos partidos emergentes y a sus líderes, debatiendo con ellos en plano de igualdad, pese a su condición de extraparlamentarios y reconociendo, tácitamente, que el PSOE ya ni siquiera tiene asegurada su condición de principal partido de la oposición.