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ERC, cómplice en la corrupción

La Razón
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No deberían sobreactuar su indignación con Artur Mas los dirigentes críticos de ERC tras la última operación judicial sobre la presunta corrupción que afecta a Convergencia. Ni se trata de una investigación nueva, surgida por sorpresa, ni se pueden llamar a engaño los mismos que se han pasado décadas denunciando el clientelismo político de la derecha nacionalista catalana. Más aún si cabe, cuando todas las sospechas tomaron cuerpo con el llamado «caso Palau» y, fundamentalmente, con la paladina confesión del ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol i Soley, de que durante décadas había mantenido oculto parte de su patrimonio en paraísos fiscales. No. Los registros efectuados por la Guardia Civil el pasado viernes en las sedes de CDC y en ayuntamientos históricamente dominados por los convergentes son sólo una parte de la más amplia investigación sobre la corrupción y la financiación ilegal que afecta al partido que hoy dirige Artur Mas y que llevan a cabo desde hace tiempo diversos juzgados de Cataluña y de la Audiencia Nacional. Baste con recordar que a CDC le embargaron su sede por orden de un juez hace más de tres años. Todo esto era sabido cuando Oriol Junqueras accedió a participar en el engendro político de Juntos por el Sí y ni Joan Tardá ni Marta Rovira ni Alfred Bosch –por citar a tres de los dirigentes de Esquerra que más indignados se muestran con Oriol Junqueras, como hoy revela LA RAZÓN– se opusieron públicamente y con firmeza a diluir sus siglas, su ideología y sus convicciones en una lista impulsada por Artur Mas. Un acto que, además, sustraía al conjunto de la ciudadanía catalana uno de los instrumentos principales del ejercicio político en democracia, como es la dicotomía entre un partido de gobierno obligado a rendir cuentas de sus actos ante las urnas y una oposición impelida, al menos, a presentar una alternativa de gestión. Muy al contrario, abducidos por el señuelo independentista tendido por el presidente de la Generalitat, los dirigentes de ERC se han convertido en la muleta del Gobierno convergente catalán, han respaldado sus políticas y, sobre todo, han renunciado a ejercer la función que les habían encomendado sus electores. Y ahora, encima, se encuentran con que pueden acabar de comparsas de CDC para tapar sus vergüenzas bajo las quejas victimistas a las que nos tiene acostumbrado el nacionalismo. Ya no basta con fingir indignación y reclamar transparencias que nadie espera ni cree. Si ERC no quiere que se la vincule con las tramas de corrupción que investiga la Justicia, no tiene otra salida que romper con una lista unitaria que sólo es un instrumento de Artur Mas y CDC para capear el temporal y ganar tiempo. Luego, cuando las urnas hablen, no habrá lugar para excusas.