La amenaza yihadista

Europa debe tener una única política antiterrorista

La Razón
La RazónLa Razón

El ataque en el norte de París contra un grupo de soldados que formaban parte del despliegue de seguridad ciudadana «Centinela» hay que enmarcarlo en la campaña terrorista impulsada por el Estado Islámico (EI) contra las democracias occidentales. Tanto el método elegido –un atropello premeditado con un automóvil alquilado– como el objetivo responden a las instrucciones reiteradas en el panfleto «Rumiyah», que edita el grupo islamista, y que anima a atacar a los uniformados allí donde sea posible. También el presunto terrorista detenido, que resultó herido de bala, presenta el perfil habitual en este tipo de individuos, que actúan en solitario y tras un proceso de radicalización acelerada a través de las redes sociales. En general, los ataques se producen de manera impulsiva, en una rápida transición entre la intención de atentar y el acto en sí mismo, aunque en este último caso, por el escenario elegido, a escasos metros de la sede de la Dirección General de Seguridad Interior, se puede concluir que hubo una planificación previa, con reconocimiento del terreno y vigilancia de los cambios de turno de los soldados. Desde que se puso en marcha «Centinela», con el despliegue de 10.000 efectivos en las principales aglomeraciones urbanas de Francia, han menudeado los incidentes y los intentos de agresión contra los militares –unos diez al mes, según fuentes del Ejército galo– aunque sólo unos pocos tenían motivaciones claramente terroristas. Si bien los Servicios de Información consideran que los soldados y los policías son en estos momentos el principal objetivo de los islamistas, no se descarta que se pueda producir un gran atentado contra blancos civiles, que llevarían a cabo individuos organizados en células y con entrenamiento previo en Siria o Irak. Hay constancia de que el EI, que se encuentra en franca retirada de sus bastiones de Oriente Medio, ha dado instrucciones para que se ataquen las infraestructuras económicas, y los servicios antiterroristas británicos han detectado a un grupo de yihadistas ingleses que habrían recibido adiestramiento específico. En definitiva, que esta amenaza islamista de baja intensidad, con acciones «low cost», que mantienen la estrategia de la tensión y que son prácticamente imposibles de prevenir, pueden ser seguidos por atentados más graves, si los terroristas consiguen burlar las medidas de prevención puestas en marcha por las autoridades europeas. No se trata de provocar alarmas gratuitas, que sólo benefician a los yihadistas, pero sí de denunciar que, pese a las voluntaristas promesas de las autoridades europeas, todavía existen graves lagunas en la colaboración entre las distintas Fuerzas de Seguridad nacionales, reacios a compartir informaciones sensibles. También en lo que respecta a la coordinación con las autoridades extracomunitarias, donde sólo algunos países, como España mantienen una política eficaz de cooperación policial exterior, caso de Marruecos. Es preciso llegar a la creación de los ficheros únicos de sospechosos y a los controles conjuntos de las fronteras exteriores de la UE. La actitud de que cada país se arregle como pueda ante el actual fenómeno de la inmigración masiva, cuyos flujos aprovechan los terroristas para infiltrarse, no conduce a nada. La amenaza es global y afecta al conjunto de las democracias europeas, y como tal debe ser combatida. Pero no sólo en nuestras grandes ciudades. Si no se crean condiciones de estabilidad en Oriente Medio, con acciones en el campo político y económico que deben complementar cualquier intervención militar, el yihadismo se perpetuará.