Historia

Antonio Cañizares

El gran reto de España

La Razón
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Creo que, a parte de otros problemas y asuntos relacionados con la enseñanza, hay retos y asuntos pendientes fundamentales a los que es preciso dar respuesta. Pienso que estaremos de acuerdo en señalar como reto muy principal la mejora de la calidad, aunque a la hora de definir qué se entiende por ésta no exista ya el mismo acuerdo. Depende en gran medida de la concepción educativa y de la antropología que la sustente. Personalmente me atrevo a pensar que el reto primero y principal es la orientación que demanda la enseñanza. A partir de ahí se debe mirar, fijar, y evaluar dicha calidad.

A mí entender, es necesario revisar y reformar el actual sistema educativo que no resulta adecuado. Seamos sinceros y humildes y reconozcamos que los actuales sistemas educativos –no hablo ahora sólo de España– han fracasado no tanto por las aspectos organizativos y estructurales, en los que sin duda también caben mejoras, cuanto por los objetivos, metas y contenidos de la enseñanza; por la concepción educativa y por la antropología que la sustenta, por la visión del hombre que se tiene y por la concepción de educación y escuela al servicio de ésta.

Me refiero ahora, en primer lugar, a un aspecto que tiene que ver con la concepción educativa y que, sin embargo, con frecuencia es visto desde el ángulo de competencias, de planificación y organización, o desde el prisma económico: la libertad de enseñanza, que es una cuestión fundamental no resuelta por completo, sobre todo en ciertas regiones de España. La dialéctica en la que se ha metido este asunto entre «público y privado» no parece la más correcta para abordarlo. Además de que es muy discutible la terminología «enseñanza pública-enseñanza privada», ésta tiene que ver con la gran cuestión: ¿quién educa: la familia, los padres o el Estado? En relación con estos puntos cabe mencionar que en 1983 la enseñanza de iniciativa social o libre –mal denominada privada– alcanzaba la cifra del 38% del total. Hoy esta cifra ha descendido escandalosamente, llegando en algunas comunidades a situarse por debajo del 18%. Y si no se remedia, aún será peor, hasta suponer un recorte drástico en un derecho fundamental como es el de la libertad, garantizado constitucionalmente, con la pasividad de la sociedad, sin la actuación correspondiente de los padres, con la anuencia de ciertas fuerzas políticas y con tal vez una insuficiente defensa de las instituciones sociales que sustentan esta enseñanza de iniciativa social y, en todo caso, por un escaso apoyo de quienes deberían ofrecerlo. Esta libertad de enseñanza se está viendo muy amenazada, con carácter dictatorial, en algunos territorios, por leyes y disposiciones que la cercenan por el adoctrinamiento que se está imponiendo de la ideología de género en legislaciones inicuas. Debo confesar que, en este contexto, es muy alentador escuchar algunas voces que se atreven a proponer programas, en el fondo, político­ educativos que propugnan una educación centrada en la persona, para enseñar a pensar más que a emprender, con una finalidad humanizadora que lleve a una moralización del hombre y de la sociedad. Ese desafío «requiere nuevos conceptos con los que pensar la realidad educativa y exigen nuevos instrumentos mucho más efectivos que los actualmente disponibles para la mejora de los resultados y el logro de las metas de la educación, en una España que ya ha entrado en la sociedad del conocimiento».

Este intento en mejorar la calidad de la enseñanza coincide con los comienzos todavía de un nuevo siglo y los albores de un Nuevo Milenio, y con las pretensiones deshumanizadoras de un Nuevo Orden Mundial. Tengo ante mí, además y debo decirlo, la situación que se ha producido en España en los últimos decenios. Hemos asistido, digámoslo de entrada, a un profundo cambio en nuestra sociedad, en la manera de pensar, de sentir y de actuar –un pensamiento único y una manera de actuar unitaria y uniformadora– que tiene mucho que ver con los sucesivos planes educativos. Se ha producido en España una verdadera «revolución cultural» que se asienta en una manera de entender al hombre y al mundo en la que Dios no cuenta, por tanto, al margen de Él.

Un exponente muy significativo de este cambio de mentalidad fue la Alternativa para la Enseñanza del Colegio de Licenciados y Doctores de 1976. «Ahí se encuentra el pensamiento que ha sostenido y animado la mencionada ‘‘revolución cultural’’. La Alternativa, en efecto, proyectaba una enseñanza que fuese capaz de conformar una sociedad homogénea, igualitaria, coherente, en la que impera la «voluntad general»: sólo podría lograr este objetivo la escuela pública en la que se impartiese únicamente el saber científico. Por consiguiente, las creencias religiosas de grupos confesantes particulares no representaban, para la Alternativa, «el saber que había de transmitir como socialmente relevante en la escuela pública». (Antonio Palenzuela). Tal Alternativa se ha ido plasmando en sucesivos intentos educativos que han ido suponiendo una vuelta de tuerca para ir implantando un «pensamiento único» que nadie mejor podría llevar a cabo que la escuela llamada «pública» ayudada de otros medios, y como botón de muestra quedan la «educación para la ciudadanía» y la ideología de género. También, para orientar el camino a seguir en la enseñanza, es importante tener presente el contexto del momento actual que vivimos en España, inmersa en una profunda crisis de humanidad y de norte moral y, por ende, con la necesidad apremiante y primerísima de que se ofrezca «a las nuevas generaciones un horizonte moral, una formación con principios y valores y fines que permitan al hombre existir en el mundo no sólo como consumidor y trabajador, sino como persona, capaz y necesitada de algo que otorgue a su existir dignidad junto a lo que la sociedad, la economía y la historia vayan ofreciéndole sucesivamente». (Olegario González de Cardedal).