Caso Weinstein

La salida del armario del acoso sexual

A raíz del «caso Weinstein» y la viralización del fenómeno #MeToo se ha desencadenado un alud de denuncias. Para algunos expertos es simplemente un «efecto dominó» y para otros un reflejo del cambio de paradigma en la sociedad machista

Actrices, modelos y políticas han levantado la voz, pero también mujeres de toda condición social han utilizado las redes para denunciar el acoso
Actrices, modelos y políticas han levantado la voz, pero también mujeres de toda condición social han utilizado las redes para denunciar el acosolarazon

A raíz del «caso Weinstein» y la viralización del fenómeno #MeToo se ha desencadenado un alud de denuncias. Para algunos expertos es simplemente un «efecto dominó» y para otros un reflejo del cambio de paradigma en la sociedad machista.

«Si todas las mujeres que han sido acosadas o agredidas sexualmente escribieran ‘‘yo también’’ en su estado, podríamos hacer entender a la gente la magnitud del problema». Desde que la actriz estadounidense Alyssa Milano escribió este tuit a raíz del caso Weinstein, el hastahg #MeToo (#Yotambién, en castellano) ha sido replicado millones de veces en las redes, lo que ha animado y empoderado a muchas mujeres, y también a algunos hombres, a denunciar situaciones de acoso sexual sufridas tanto en el entorno laboral como en el personal. Los sectores del cine y la moda fueron los primeros en levantar la voz contra lo que durante muchos años fue tabú, pero también los que se dedican a la política han admitido que el acoso llega a los lugares donde, en teoría, se legisla contra él. Varias asistentes del Parlamento Europeo destaparon hace poco que la Eurocámara era «un hervidero de acoso sexual» y la ministra de Igualdad sueca Asa Regnér admitió también haber sufrido este problema dentro de las instituciones europeas.

Lo que es innegable es que desde que salió a la luz el caso Westein, uno de los más mediáticos dada la notoriedad de las denunciantes –algunas tan famosas como Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow– se ha producido un efecto llamada, una denuncia en cadena que ha planteado que, quizá, haya más Westein de lo que se piensa. O quizá no. El catedrático de sociología de la Universidad Complutense de Madrid, Julio Iglesias de Ussel, considera que el fenómeno #MeToo está apoyado en dos pilares: «Por un lado, en la existencia de una caja de pandora que se ha destapado por completo y por otro, en el efecto imitación de la ciudadanía, propio de este tipo de situaciones». Y subraya que esta campaña contra el acoso viralizada en las redes se ampara «en la imprecisión técnica de qué es exactamente acoso, porque no hay una definición jurídica ni socialmente consensuada». «En algunos casos no es posible definir en términos objetivos dónde termina la seducción y dónde empieza el acoso». Si bien el sociólogo aclara que hay casos puramente objetivos. Como el siguiente, denunciado en la cuenta de Twitter @ParoMujeresCt: «Estuve trabajando un verano en un bar de playa, y durante dos meses tuve que soportar que mi jefe me metiera el sueldo en el escote. Y, claro, yo con mis 18 años recién cumplidos, no sabía ni como reaccionar».

«Son comportamientos que hay que visibilizar y cortar a través de los instrumentos que la ley ofrece», dice Iglesias de Ussel, pero de la misma forma «no es bueno fabricar imágenes de una sociedad acosadora, porque no es real». Además, apunta la necesidad de definir y delimitar lo que es acoso «para que no se llegue al histerismo». «En la universidad hay profesores que ya no reciben a los alumnos con la puerta cerrada ni se suben con ellos a un ascensor porque hay acusaciones infundadas y no es fácil demostrar la inocencia», critica.

Lo cierto, explica el catedrático, es que cuando una persona está en situación de inferioridad, ya sea laboral, económica o de cualquier otro tipo, un gesto o comportamiento que en otro contexto son aceptados como naturales, cuando están mediatizados por esa desigualdad, subjetivamente, pueden ser considerados como acoso «y eso hace que todos, alguna vez, nos podamos haber sentido acosados».

Laura Rojas Marcos, doctora en Psicología Clínica, coincide en que «en algunos casos hay una fina línea que separa lo que es acoso y lo que no». Por ello, insiste en que hay que tener en cuenta el contexto: «¿Es siempre inapropiado que te llamen guapa? En las relaciones de igual a igual, depende, pues hay que tener en cuenta que vivimos en una sociedad mediterránea y de mucho contacto. Pero entre jefes y empleados hay que considerarlo de otra forma».

Rojas, que trabaja con algunas víctimas, percibe «una mayor concienciación, tanto de hombres como de mujeres». Desde su experiencia como terapeuta percibe que el movimiento #MeToo se ha ido fraguando gracias a mujeres valientes que han levantado la voz: «Ha sido un fenómeno progresivo, pero el boom se ha producido porque algunas famosas han sembrado esa semilla y gracias a las redes sociales se ha producido un efecto dominó». Pero insiste en la gran tarea que queda por hacer: «Es cierto que las mujeres identifican más el acoso, pero también que muchas jóvenes llegan a justificar algunos comportamientos humillantes, también por parte de sus parejas, fruto de la cultura machista que todavía impera en la sociedad», avisa. Por ello, esta psicóloga anima a todas aquellas personas que han vivido algún tipo de acoso, ya sea verbal o físico, a hablar de ello y destapar «ese gran elefante que encubre secretos y conductas denigrantes y destructivas»: «Es importante decirlo, porque el daño, a diferencia de los delitos, no prescribe nunca». Ante los acosadores, recomienda ser asertivo, no entrar en conflicto con ellos, y poner desde la calma un límite. «Hay que llamar a las cosas por su nombre y decir lo que uno siente».

Para Cristina Cuenca Piqueras, una de las pocas sociólogas en nuestro país especializada en acoso sexual en el entorno laboral, el fenómeno #MeToo ha supuesto un punto de inflexión en España, pero no en otros países como EE UU, donde se lleva analizando esta problemática desde los años 70: «Aquí, sin embargo, se ha estudiado poco, muchas sociólogas llevamos tiempo denunciando que no se ha producido un debate público al respecto, ya sea por la falta de denuncias o porque, simplemente, no interesa». Por eso ve positivo que el fenómeno #MeToo haya puesto encima de la mesa la necesidad de abordar el problema y niega que con la viralización en las redes se pueda frivolizar con el acoso: «Lo que ha pasado es que cada vez hay más mujeres valientes que se atreven a decir que han sufrido ya no sólo acoso físico o psicológico, sino también algún tipo micromachismo, porque eso también es violencia».

Pero eso, en el entorno laboral se complica aún más si cabe por miedo a perder el puesto de trabajo. Así lo revelan los datos publicados por Inspección del Trabajo, pues de las 2.484 denuncias por acoso sexual en ámbito laboral que se registraron entre 2008 y 2015, sólo el 2% terminó en condena. La vicesecretaria general de UGT, Cristina Antoñanzas, critica que es «la propia trabajadora que denuncia quien recibe las represalias. Es a ella a la que cambian de puesto de trabajo, en vez de tomar medidas contra el acosador, que en la mayor parte de las ocasiones es su jefe». La senda para erradicar esta lacra la inició la Ley de 2007, que obliga a todas las empresas de más de 250 trabajadores a tener un plan de igualdad. «Lo habitual es que dentro de ese plan se incluya un protocolo específico contra el acoso sexual», señalan desde la CEOE. «Por regla general, en las empresas se pone un canal de denuncia, además de un procedimiento de investigación y uno de contradicción entre las partes». En el sector público, se obliga a que todas las administraciones cuenten con un protocolo específico.