Bilbao

El Juli arrebata el cetro bilbaíno

Una oreja con dos vueltas al ruedo al no conceder el presidente la Puerta Grande y otro trofeo a la maestría de Enrique Ponce

El diestro Julián López "El Juli"da un pase a su segundo toro en la sexta corrida de abono de la Feria de Bilbao
El diestro Julián López "El Juli"da un pase a su segundo toro en la sexta corrida de abono de la Feria de Bilbaolarazon

Una oreja con dos vueltas al ruedo al no conceder el presidente la Puerta Grande y otro trofeo a la maestría de Enrique Ponce

Bilbao. Sexta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de

Garcigrande, desiguales y muy justos de presentación. El 1º, noble y repetidor, de buen juego; el 2º, pronto, áspero con movilidad, pero

descompuesto; el 3º, deslucido, descastadete y no va metido en la muleta; el 4º, escarbón, parado y sin ritmo; el 5º, punto parado, a la espera pero con una calidad tremenda, buen toro; y el 6º, manejable y a menos. Casi lleno.

Enrique Ponce, de azul y oro, estocada desprendida (oreja); y media trasera, dos descabellos (saludos).

Julián López «El Juli», de teja y oro, estocada caída (oreja); y

aviso, estocada trasera (oreja y dos vueltas al ruedo).

Miguel Ángel Perera, de malva y oro, estocada (saludos); y tres

pinchazos, aviso, estocada (ovación).

Al quinto, como si un huracán hubiera arrasado nuestra memoria, todavía presente, nos olvidamos, o quisimos, hay veces que es mejor vivir con los ojos cerrados, que la presentación de algunos de los toros de Garcigrande, otra vez, bajaba un abismo de la ley del toreo, que impone un tipo de toro para cada plaza y sobre todo igualarlo ante los protagonistas. Pero pasó que "Juglar"fue el toro con el que El Juli se reencontró con el público bilbaíno y no sabemos si antes, después o al unísono consigo mismo. Hay momentos, faenas que pasan por las imperfecciones pero calan hondo en las emociones, éstas las estrujan. Y eso hizo Julián López en una faena versátil, hubo muchos toreros, sustitutos de sí mismo, pero hilo conductor de una faena abocada a la expectación, a la sorpresa. En esa búsqueda de registros El Juli nos invitó a perdernos en recovecos olvidados en los últimos tiempos. El comienzo tenía su sello por los siglos de los siglos, toreo ligado, de muleta puesta y cosida para empalmar una arrancada a la otra sin respiro. Y hasta ahí todo bien. Punto de encuentro y de partida. El toro cantaba una calidad para el recuerdo. Sin perturbarse dibujaba con los pitones sobre la arena el círculo onírico de sus embestidas. Delicioso animal a pesar de que tardeara un poquito dentro de ese tiempo de silencios y sigilo de quien es rey del campo. La captura de emociones llegó al poco, cuando Julián se echó la muleta a la izquierda y en vez de perderse en la estratosfera del trazo, acató la verticalidad, se la creyó, y empujó los riñones para adelante para llenar de fuerza el escenario. Ahí hubo redondez, seguida de una serie más violentada que sirvió como puente. El toro se reajustó en la velocidad, menos impetuoso y sobrevinieron pues los muletazos de más cadencia, buscando sonoridad en las muñecas para no perder la altura que imponía el toro a los hechos. Reinventaba con circulares que eran redondos eternos de ida y vuelta y el clamor llegó en el fin de fiesta por luquecinas. Pasa sin excepción que este tipo de adornos encienden la mecha. La estocada, de primer encuentro, primer envite, expectación máxima, cayó trasera y punto abajo, y se desencadenó después la petición unánime del doble trofeo. No cedió el presidente. Una oreja y dos vueltas al ruedo para El Juli. Y bronca monumental para el usía. Es difícil poner en balanza lo vivido y más cuando de tres de los espectadores reunidos contaremos películas dispares de la faena, pero más allá de las rotundidades se vivió con emoción lo que ocurrió en la arena negra. La bronca al palco presidencial superó a la del día anterior de Morante. Multiplicada cuando una vez acabado el festejo el torero se iba andando de la plaza. Con el segundo fue otra versión de Julián, más bastos los encuentros y los cites con un toro pronto, pero descompuesto y sin clase.

Enrique Ponce regresó sin respiro a Bilbao con la mentalidad de no dar el paso en falso. Le acompañó un primero de buen juego, franco y repetidor, con el que el diestro, recogido en el tercio, llevó a cabo la faena del desmayo. Apuntes de nota por uno y otro pitón en la búsqueda de la cadencia y la conquista sin tregua. El cuarto no daba opción. Escarbón y a una espera condenada a pesar de la exposición del valenciano.

A Perera le salían los gatos de la barriga en el sexto y se puso de rodillas en el centro del ruedo. Hizo con el Garcigrande noble pero con la duración justa, todo y más. Del derecho y del revés. Pero a estas alturas, El Juli se había llevado el cetro bilbaíno. El tercero, birria de toro, se hacía el tontorrón pero tenía más complicaciones de las que aparentaba. No había manera de saldar en positivo las cuentas. Y ahora debatamos, que esa confluencia de ideas, nos hace a todos más ricos.