Restringido

Vencedores y vencidos

Con la resaca electoral la cabeza da vueltas y el paisaje aparece confuso. Resulta que los vencedores son los vencidos y el ansia inmediata de poder se sobrepone a las posibles consecuencias. El partido que ha perdido en la mayoría de las grandes ciudades y de las comunidades, y que había sido clave en la etapa democrática, ahora venido a menos, saca pecho y se dispone a pactar con el diablo, si hace falta, para arrebatar el poder al partido que las ha ganado. «¡Ha ganado la izquierda, imbécil!», te tiran a la cara. Y con ese ánimo se disponen a embarcarse dócilmente en el capote de la nueva izquierda, de dudosa procedencia y de no claros propósitos, que amenaza, con la espada en la mano, la misma pervivencia del partido centenario del puño y la rosa.

Aunque sea con matices, vuelve el odio. El aglutinante del frente popular de izquierdas, que se dibuja en el horizonte, es el odio a la derecha. Las minorías unidas se disponen a desbancar a la mayoría aislada y votada por el pueblo. El rechazo y la división, más que el consenso, vuelven a componer la argamasa de la vida nacional. El consenso pregonado y exigido por las urnas se reduce a «consenso según con quién». O sea, todo lo contrario del entendimiento generoso que trajo la democracia. La trasnochada confrontación derecha-izquierda se impone al verdadero sentido de Estado y supera el aireado enfrentamiento entre lo nuevo y lo viejo. Los que parecían ayer enemigos irreconciliables se sientan a negociar con voluntad de confluencia. Los nuevos, eso sí, se atribuyen la victoria, aunque no la hayan alcanzado en casi ningún sitio. El caso es que tienen la sartén por el mango y un futuro prometedor. El riesgo que corren no es manco. Los vencedores, como ha dicho un escritor francés, asimilan inmediatamente los vicios de los vencidos, lo que generaría en el otoño, cuando vuelvan las urnas y todo sea ya viejo y homogéneo, una tremenda melancolía en la Puerta del Sol.