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Por qué tienes que ver... “Penny Dreadful: City of angels”: el hábitat idóneo para los demonios

El retrato que ofrece de la capital californiana a finales de los años 30 es exuberante
Jim FiscusJim Fiscus/SHOWTIME

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Aquellos espectadores que quieran sentarse frente a «Penny Dreadful: City of Angels» sin haber visto antes «Penny Dreadful» (2014-2016) no tienen de qué preocuparse. La nueva serie sólo tiene en común con su predecesora la conexión con lo sobrenatural, los valores de producción imponentes y unos diálogos llenos de poesía sombría; por lo demás, no es una continuación ni un «spin-off» sino, en palabras de sus creadores, tan solo un «descendiente espiritual». La acción ya no transcurre en plena Inglaterra victoriana sino 50 años después en Los Ángeles, California; y si entonces el mal estaba encarnado por brujas, vampiros y demonios, ahora los contornos del mal son mucho más realistas.

Ficción «noir»

Si las tres temporadas de «Penny Dreadful» intentaron funcionar a modo de reinvención del terror gótico, ahora «City of Angels» trata de hacer lo mismo con la ficción «noir», y para ello usa como base argumental un misterioso caso de asesinato que sacude una ciudad asimismo azotada por divisiones raciales cada vez más violentas y la creciente presencia de supremacistas blancos. La investigación se asigna a Tiago Vega (Daniel Zovatto) –primer detective chicano de la policía angelina– y a su compañero, Lewis Michener (Lane), un veterano sabueso judío que en sus ratos libres persigue nazis. A su alrededor, las autoridades locales planean destruir un vecindario latino para construir la primera autopista de la ciudad, proliferan los espías, y una extraña secta vende a Dios a través del evangelismo radiofónico.

Retrato de L. A.

El retrato que «City of Angels» ofrece de la capital californiana a finales de los años 30 es absolutamente exuberante; la pueblan hombres con trajes a rayas que conducen coches curvilíneos a través de cañones soleados, playas repletas del tipo de trajes de baño que hoy llamamos «vintage» y deslumbrantes mansiones que, desde las colinas, contemplan por encima del hombro los barrios polvorientos de pequeños apartamentos. El lugar, lo sabemos, es una fábrica de sueños. Pero también lo es de pesadillas, y mientras el relato avanza, la polución moral que generan la corrupción, la injusticia y la tensión racial llega a ser más densa que el aire veraniego en Nueva Delhi.

Detalles

Uno de los puntos fuertes de «City of Angels» es el grado de detalle con el que representa diferentes culturas e identidades y su modo de interactuar entre sí. En el corazón del relato se desarrolla un drama familiar sobre la complicada relación que Vega mantiene con su propia herencia, y una parte esencial de la trama es el acoso sufrido por la comunidad hispana a manos del cuerpo policial, que inconscientemente está sirviendo al Tercer Reich o, si se quiere, al Mal mismo. En general, asimismo, la serie funciona como celebración del rico folklore mexicano, especialmente a través de uno de sus personajes más intrigantes: Santa Muerte, misterioso ángel de los fallecidos.

Enorme Natalie Dormer

Santa Muerte tiene una hermana, Magda, un demonio despiadado que hará cuanto sea necesario para desatar una guerra en la ciudad, y que para ello va adoptando distintas formas humanas. En su piel, la actriz Natalie Dormer –Margaery Tyrell en «Juego de Tronos»– ofrece el mejor trabajo interpretativo de la serie. Resulta imposible apartar la mirada de ella mientras cambia de una identidad a la siguiente, y mientras provoca el fuego y la muerte a su paso. Y resulta casi inevitable ponerse de su parte; después de todo, ella solo ofrece a los humanos la oportunidad de ceder a sus peores instintos. ¿Es culpa suya que haya tantos dispuestos a hacerlo?

Un eslogan de Trump

Los fascistas que pululan por «City of Angels» son tanto los que promueven la escalofriante agenda de Hitler como aquellos que proclaman «America First!», y poner uno de los eslóganes de Donald Trump en boca de personajes ubicados en 1938 no es la única manera que la serie tiene de usar el ayer para hablar del hoy. También lo hace retratando un mundo en el que el cambio social genera odio, en el que la policía está sucia, la economía hace aguas y la brecha entre ricos y pobres es escandalosa. Y contemplar cómo todos esos problemas son abordados en un contexto distinto al nuestro nos da la distancia y la cercanía necesarias para reevaluar nuestro presente.

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