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María Luisa Gutiérrez, «la infiltrada» en los Goya que se acordó de las víctimas de ETA

«La memoria histórica también está para la historia reciente de este país», dijo la productora

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No pudo empezar peor la gala de los Goya que con el sospechoso habitual Miguel Ríos dándonos la bienvenida con un «¡Free Palestina!» que supo a patada en la entrepierna. Ya el actor Enric Auquer había soltado la gran parida en la alfombra roja: «Es momento de mucho antifascismo, de mucha militancia y de mucho sindicato», dijo el protagonista de «Casa en llamas» en relación al desahucio fallido de la Casa Orsola de Barcelona, que ha comprado el Ayuntamiento de la Ciudad Condal cediendo al chantaje de los activistas de turno. También usó como pretexto dicho episodio inmobiliario una sonidista de «Segundo Premio», Eva Valiño, para, con una bandera palestina en la solapa, soltarnos una chapa de más de 3 minutos –habló más tiempo que Richard Gere– sobre las personas «que dedican su tiempo a causas invisibles» y la necesidad de gobiernos «que de verdad apuesten por las personas», signifique eso lo que signifique. 

Entre tanta moserga progre –por otro lado tan previsible–, hubo hueco para los cisnes negros en la ceremonia. Más allá del gusto personal por el casticismo improvisado de un Salva Reina que sí se acordó de la Graná genuína, trascendiendo el tópico de García Lorca y la Alhambra, con un glorioso «¡Esto qué poya é!», y de un Eduard Fernández que volvió a sacar de las entrañas ese acento extremeño con el que tanto nos encandiló en «El 47» haciendo de hijo de Valencia de Alcántara, provincia de Cáceres: «¡Dicen que é un secuestru, pero yo creo que era una necesidá!», dijo el actor poseído por Manolo Vital.

Decía que más allá de las filias propias cabe valorar positiva y objetivamente el valiente discurso de María Luisa Gutiérrez, una de las productoras de «La infiltrada», que sirvió como colofón y contrapunto de una aburrida y larga gala. Esta infiltrada guadalajareña tuvo palabras para la libertad de expresión «en la que se basa la democracia y que consiste en que cada uno, piense lo que piense, y aunque esté en las antípodas de lo que pienses tú, que te respete, y que tú tengas el derecho a decir lo que piensas». Pero, sobre todo, arriesgó al hablar de las víctimas de ETA, aprovechando la oportunidad que le brindaba la temática de su película: «La memoria histórica también está para la historia reciente de este país», sentenció memorablemente tras dedicar el «cabezón» a la familia de Gregorio Ordóñez, COVITE y «todas aquellas víctimas reales que han visto la película, y que a pesar del dolor que han sentido nos han dado las gracias porque es una historia que hay que recordar».

El perdón de Pucho

Otro discurso a rescatar fue el de C. Tangana, que subió a recoger el Goya a la Mejor película documental por «La guitarra flamenca de Yerai Cortés». Si los representantes de la cinta «Emilia Pérez», sus distribuidores en España, fueron ambiguos respecto a la cancelación de Karla Sofía Gascón a la hora de agradecer el premio a la Mejor película europea, Pucho, sin embargo –y sin irle los cuartos en ello–, pronunció unas palabras, que, aunque tocaban el tema de forma implícita, sonaron rotundas: «Esta es una película que va sobre la comprensión y sobre el perdón; no sé vosotros, pero yo me equivoco constantemente, tengo que pedir perdón constantemente, y creo que vosotros también. Seamos comprensivos y perdonemos, y dejemos que la gente se equivoque: porque cuanto mayor es el error, más necesitamos el perdón de los demás». ¡Ea!