Crítica de "Beau tiene miedo": las casas del dolor ★★★★
Dirección y guion: Ari Aster. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Nathan Lane, Amy Ryan, Armen Nahapetian, Parker Posey, Patti LuPone, Kylie Rogers, Stephen Henderson. Canadá, 2023. Duración: 179 minutos. Drama.
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Cualquiera diría que Beau es la Dorothy de “El mago de Oz” después de una vida entregada a los ansiolíticos, convencido de que al final del camino de las baldosas amarillas no hay más que el regreso al útero materno, el grado cero de una pesadilla en forma de hogar. ¿Por qué volver a él? A Ari Aster le fascinan los viajes de vuelta, vuelos sin escala hacia un trauma condenado a perpetuarse en clave de eterno retorno. Beau (Joaquin Phoenix) comparte con la madre de “Hereditary” y con la joven deprimida de “Midsommar” la culpa de haber nacido. Contra eso, ¿qué hacer? Poca cosa: dejarse llevar por el fatum diseñado por Aster con el minucioso, inquietante amor por el detalle con que Toni Collette pintaba sus casas del dolor en miniatura.
Poco importa que Beau, marioneta insomne, luche con hordas de sin techo en un barrio al borde del colapso zombi o se recupere de un atropello en una casa de tonos pastel que rezuma trumpismo paranoide. Beau existe porque tiene miedo, y eso debería ser suficiente, sobre todo porque Aster prefiere despojar su viaje de todo arco dramático, decisión cuando menos radical para una película que dura tres horas.
En este fascinante, desigual ciclorama del horror metafísico, a mitad de camino entre un cómic de Daniel Clowes y un relato de George Saunders, tan deudor de la psicodelia esquizofrénica de Charlie Kaufman como de las pesadillas urbanas de Martin Scorsese y Darren Aronofsky, Ari Aster pone en abismo -y cómo: en esa bella obra de teatro representada en medio de un bosque, precioso jardín de los senderos que se bifurcan que los artífices de “La casa lobo” han convertido en preciosa película de animación- la identidad contemporánea como uno de esos grabados de Escher donde las vueltas siempre son idas, y las escaleras se pierden al límite del cuadro. Se cae de vez en cuando, por supuesto, pero es lo que tiene perder el miedo: nunca ves el vacío bajo tus pies.
Lo mejor:
El espléndido arranque en el apartamento y el segmento animado, que podría haber sido un buen final.
Lo peor:
En la última hora de metraje, los conflictos materno-freudianos del personaje rebajan la intensidad surreal de su viaje.