“El canto de la selva”: El destino de un chamán
«El canto de la selva» empieza en el terreno de la fábula, en aquello que Deleuze llamaba «potencia de lo falso». Se tiende a pensar que el cine etnográfico solo puede expresarse a través de las formas del documental, pero solo hace falta recordar lo que hizo Jean Rouch con «Yo, un negro» para entender que la ficción es solo una de las mutaciones de lo real. Cuando Ihjac habla en plena noche con el espíritu de su padre, a los pies de una cascada imponente, sabemos que su destino depende de cumplir los deseos de un fantasma, a saber: que se celebre el banquete funerario que ha sido aplazado para que su alma descanse en paz. Este pretexto argumental, que cataliza una versión indígena del viaje del héroe campbelliano, sirve para explorar las costumbres del pueblo de Kraho, nativos del norte de Brasil, sin caer en obvios didactismos. Salaviza y Messora alientan a los protagonistas, actores no profesionales, a que improvisen sus diálogos, de modo que se produce una doble fabulación, sobre las estrategias de ficción del cine pero también del mito. Estas dos capas no siempre conviven en armonía, sometidas a un plano fijo, distante, que evidencia demasiado sus zonas de fricción, y no les permite ser del todo productivas.
Ihjac se está convirtiendo en superhéroe, o lo que es lo mismo, en chamán, y su toma de conciencia pasa por contrastar lo que le ocurre con la materia de lo real. En la ciudad le diagnostican que sus turbulencias son psicosomáticas, como si la civilización lo entendiera todo como una enfermedad. Sin embargo, la película está del lado del mito, y recupera su ritmo cuando Ihjac acepta que puede ver el alma de las cosas y las imágenes reproducen un ritual que expulsa el dolor de los muertos sin cuerpo.
Lo mejor: La escena inicial y las imágenes de la celebración del ritual funerario
Lo peor: Una cierta rigidez en la puesta en escena, en exceso distante
Director: Joao Salaviza y Renée Nader Messora. Guión: Henrique Ihjac Kraho, Raene Koto Kraho. Brasil-Portugal, 2018. Duración: 114 minutos. Docuficción