El Madrid de

María de Frutos: “Soy yo la que diseña, modela, suelda, lija y pule”

En un sector dominado por la producción en serie, su obra defiende lo artesanal e irrepetible

María de Frutos, diseñadora y escultora.
María de Frutos, diseñadora y escultora.Jesús G. FeriaFotógrafos

Hay artistas que trabajan con la memoria, otros con la materia, y algunos, como María de Frutos (San Lorenzo de El Escorial), con ambas a la vez. A simple vista, el suyo podría parecer el territorio de la joyería contemporánea, pero lo que sale de su taller madrileño (entre plata, oro, resinas y herramientas) se sitúa más cerca de la escultura que del adorno. “La joyería son pequeñas esculturas”, cuenta a LA RAZÓN, recordando el momento exacto en el que su vida dio un giro: cuando, siendo estudiante de bachillerato artístico, vio un folleto de la Escuela de Joyería Arte 3 y entendió que podía convertir el metal en lenguaje propio.

Client Challenge

Su vínculo con Madrid no es solo biográfico, sino formal. La ciudad está incrustada en su obra con la precisión de un engaste. “La arquitectura de Madrid siempre me ha llamado la atención, sigo hoy en día paseando, mirando hacia el cielo para poder contemplar los edificios”, confiesa. Ese gesto de mirar arriba, en vez de mirar escaparates es casi una declaración de principios, y de esa fascinación han nacido piezas como su “anillo gato” o un collar inspirado en el mantón de Manila fusionado con la red de Metro, dos homenajes que condensan tipismo y vanguardia, tradición y geometría urbana. “Ambas piezas son únicas”, dice. El anillo lo conserva ella; el collar, hoy perteneciente a la Escuela de Joyería, fue concebido como proyecto académico, pero se convirtió en símbolo.

Su trayectoria se forjó en dos centros clave del arte público madrileño: la Escuela de Arte nº3 (Arte 3) y la Escuela de Arte La Palma. “Una auténtica maravilla y un lujo de formación artística en ambas”, recuerda. En la primera se entregó a la joyería; en la segunda, al gran formato escultórico. “Me saqué la espinita del gran formato estudiando dos grados más de escultura”, explica. Ese cruce disciplinar no fue solo vocacional, sino método: entender la escala no como condición de la obra, sino como posibilidad. Pero no todo fue sencillo. “Hubo asignaturas que me costaron, tales como gemología, física y química o dibujo técnico. Yo, con mi profunda dislexia, hacía grandes esfuerzos para sacarlas adelante”. Años después, cuando se la escucha explicar densidades metálicas o procesos químicos aplicados al arte, el esfuerzo aparece transformado en solvencia técnica. La elección del material nunca es caprichosa. “Trabajo en función del presupuesto final o estudiando la ergonomía. Una parte muy importante es el peso de la obra. Por ejemplo, un anillo del mismo tamaño dependiendo del metal pesa más o menos por la densidad que el metal aporta”. Así, la plata y el oro dominan su catálogo, pero el latón entra cuando la pieza crece hasta convertirse en brazalete o collar escultórico. Su investigación ha incorporado telas, acuarelas, conchas, hojas… incluso objetos híbridos que coquetean con la noción de wearable art. “Me encanta experimentar”, añade.

El equilibrio entre arte y joya es una de sus obsesiones. “Lógicamente, todas están creadas para ser portadas”, señala, “pero como en alta costura, siempre hay piezas más arriesgadas por su volumen desmesurado”. Las llámese joyas-escultura o esculturas-portables, funcionan también como declaración estética: el cuerpo como pedestal, la calle como sala expositiva. “El comprador que se atreve las trata como obras de arte que puede lucir por la calle, sabiendo que llamará la atención”.

Reconocimiento

En 2015 recibió el Premio Aurelio Blanco, Premio Nacional de Artes Plásticas, y el Premio Extraordinario de la Comunidad de Madrid. Fueron una validación externa tras años de trabajo silencioso. “Fueron una inyección de energía y empuje”, admite. Pero su mayor prueba no fue el día del premio, sino los meses previos: el proyecto “Minutos guardados", un armario-escultura diseñado para relojes, la obligó a trabajar “entrando a las 9 y saliendo doce horas después casi a diario”, comiendo bocadillos en el taller y llorando de agotamiento. “Sabía lo que implicaba aquel proyecto”, recuerda.

María de Frutos, diseñadora y escultora.
María de Frutos, diseñadora y escultora.Jesús G. FeriaFotógrafos

En 2024 presentó “Texturas” en San Lorenzo de El Escorial, una exposición didáctica sobre la plasticidad de su trabajo. Allí mostró las “cajas cuadros-joya”, piezas de 40 x 40 cm que mezclan joyería, escenografía y microfiguras. También expuso obra gráfica creada mediante reacciones químicas de joyería sobre lienzo. “El resultado fue maravilloso. Los pintores me preguntaban cómo lo había hecho”. Su nombre también aparece detrás de la estatuilla del renacido Premio EFE y del Premio Saliou Traoré de periodismo africano. En ambos casos, la artesanía fue también reconstrucción simbólica. “A los premios me acerco siempre preguntándome: ¿A quién va dirigido? ¿Para qué? ¿Dónde? ¿Por qué?”. El premio EFE nació de un logotipo de los años 70 convertido en volumen. El africano, de la silueta del continente convertida en paisaje geopolítico: “Incorporé 54 planos dentro de la obra, un plano por cada Nación que compone el continente”.

Hoy su web proclama su método: producción 100% artesanal. No hay taller externo, ni serie industrial. “Todo pasa por mis manos, de principio a fin, no tengo capacidad para grandes series, ni lo pretendo”. La frase que encabeza este artículo es la misma que delimita su posición en la joyería contemporánea: independencia, autoría, fidelidad al oficio. “Soy yo la que diseña, modela, suelda, lija y pule”.

María de Frutos, diseñadora y escultora.
María de Frutos, diseñadora y escultora.Jesús G. FeriaFotógrafos

En una ciudad que a veces olvida su propio pulso artesanal, María de Frutos sigue caminando por Madrid mirando hacia arriba. Tal vez porque ahí, en las cúpulas coronadas de estatuas, ya estaba la joyería antes de ser joya.