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Opinión

60 años de chupeteo

Enric Bernat fue un genial empresario catalán. El inventor del Chupa-Chups. Un divertido poeta festivo, Alejandro Finisterre, seudónimo de Alejandro Campos Ramírez, albacea de León Felipe y autor de la «Década Cácada», una locura de poemario, la tomó con Javier Pradera cuando el comisario político de «El País» influyó en la Moncloa felipista para que no se le concediera a Camilo José Cela el premio «Cervantes». Y Finisterre escribió: « Trocatinte bermejuelo/ requeté totalitario,/ ¡Comunista y otanista!/(¡Átame esa mosca por el rabo!)/ Pinchaúvas,pinchapremios,/pinche de pinches pinchados./ Mono sapiens/ monosabio/ de cabestros/ carismáticos./ Mico de micos/ mono caro,/(de mono carático)./ Corrupta caca,/ cloaca./ Gandul,/ cul,/ lamecul». Entre el surrealismo, el absurdo y un algo de dadaísmo se movió el poeta Finisterre. Pero su gloria la alcanzó con su mejor invento. El futbolín. Muy pocos saben que el futbolín fue creado por un poeta español llamado Alejandro Campos. Y ese silencio de reconocimiento también lo padeció Enric Bernat, si bien éste ganó centenares de millones con su Chupa-Chups, y Finisterre, como buen bohemio, no supo rentabilizar la genialidad de su invento.

El Chupa-Chups colonizó el mundo, Isabel y Antonio Mingote me regalaron un original de Mihura y otro de Tono, enmarcados juntos. El de Tono representa a un ancianito con su nieto, y éste le dice: «Y como ahora, abuelito, somos los jóvenes los que mandamos, te ordeno que me compres inmediatamente un chupa-chú». En mi infancia, predominaba el pirulí, y cruzando la frontera con Francia por Behovia o por Irún, el caramelo con palo por excelencia, el «Pierrot Gourmand» de café con leche, si bien el de fresa y el de limón no le andaban a la zaga. En la playa de Ondarreta se oía la voz de la vendedora de bolsas de patatas y pirulís, que más parecía asturiana que vasca. «A les riques patates, pirulís». Los pirulís eran riquísimos, pero el papel que los cubría resultaba muy antipático de quitar. Nada que ver con el del Chupa-Chups, cuyo envoltorio diseñó Salvador Dalí.

Cuando falleció el señor Bernat, sus herederos se lo vendieron a una empresa italiana. En China se consumen todos los años nuestros Chupa-Chups, y gracias a ello el carácter oriental y cerrado de los chinos se ha endulzado un tanto. Y la Real Academia Española, adoptó su marca como voz autorizada de nuestro idioma. «Chupa-Chups. Caramelo de forma esférica con un palito que sirve de mango para poder chuparlo».

El Chupa-Chups adquirió nivel de escándalo político internacional, cuando se supo que el presidente Clinton recibía en su despacho oval de la Casa Blanca a la becaria Mónica Lewinsky con el único fin de ser aliviado por el placer oral. Oral en el Oval, escribió un joven articulista muy cercano al otoñal que hoy escribe en La Razón. Pero lo mejor fue la declaración de reconocimiento de la becaria, que textualmente dijo: «No sé por qué se ha montado este escándalo, cuando yo, lo más que le he hecho al Presidente, y siempre con su consentimiento, ha sido algún chupachups».

Pues eso. Que el gran invento dulce del empresario Bernat ha cumplido sesenta años de edad. Los «Pierrot Gourmand» son centenarios, pero su fama es ridícula comparada con la de los Chupa-Chups. Artistas, estrellas del cine, científicos, escritores, académicos... se han servido del Chupa-Chups para moderar sus síndromes de abstinencia tabaquera. El gran Pepe Hierro, que me regalaba dibujos a cambio de cigarrillos a espaldas de su mujer, llevaba en un bolsillo de la chaqueta un par de Chupa-Chups para calmar sus ansias cuando era vigilado de cerca. Bernat fue un español, un catalán sin fronteras, un enemigo de la aldea y el ombligo propio, un conquistador del mundo.

Hoy, Chupa-Chups pertenece a los italianos, igual que los alemanes dominan el accionariado de Rolls-Royce. Pero que le digan a un inglés que el Rolls es un coche alemán. Lo mismo sucede con el Chupa-Chups. Siempre será nuestro, a pesar de su avanzada edad.