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El negocio de Tebas por encima de todo

Dado que no creemos que se pueda calificar de ingenuo al presidente de la Liga española de fútbol, Javier Tebas, habrá que atribuir un punto de cinismo a su argumentación de que un encuentro entre el Barcelona y el Girona, se dispute donde se dispute, puede ser un vehículo de promoción de la marca España. No dudamos de que jugar un partido de esas características en Miami puede ser un buen negocio para la Liga, para Tebas y para las arcas de los clubes implicados, incluso para la empresa de espectáculos estadounidense que pone el dinero, pero, desde luego, se corre el riesgo de causar un daño gratuito a la imagen de nuestro país, ofreciendo al separatismo catalán, siempre dispuesto a denigrar a la democracia española en cualquier ámbito internacional, un escenario impagable para su propaganda. Por supuesto, nadie acusa a Javier Tebas de complicidad alguna con el independentismo catalán, pero si conviene traer una reflexión sobre los límites de un negocio que implica demasiados intangibles. Lo advertía el presidente de la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE), David Aganzo, al señalar que, para Tebas, el fútbol es sólo un negocio, lo que no es cierto. El fútbol es un deporte que concita pasiones a escala planetaria y que, en muchos casos, es la única referencia moral de las generaciones más jóvenes. Niños y adolescentes, no lo olvidemos, a los que hay que formar en valores, y que ven en los jugadores, convertidos en ídolos, modelos a seguir y hacen de los estadios un referente del comportamiento social. De ahí, que uno de la mayores empeños de las autoridades deportivas internacionales sea, no sólo le erradicación de los comportamientos antideportivos, sino de todas aquellas actitudes que fomentan la discordia política, la xenofobia y el enfrentamiento racial o religioso. Una labor compleja que, aunque parezca absurdo, no siempre cuenta con la colaboración abierta y sin matices de los clubes de fútbol profesionales que, bajo diversos pretextos, toleran comportamientos de sus aficiones que contradicen los valores del deporte. En este sentido, tanto el Barcelona como el Girona, que presiden, respectivamente, Josep María Bertomeu y Delfí Geli, han consentido que en las gradas de sus estadios se lleven a cabo manifestaciones de carácter político y que muchos de sus aficionados exterioricen actitudes excluyentes y xenófobas, con insultos y pitadas a los símbolos que representan a todos los españoles, que, en el caso del Barcelona, ha llevado a la UEFA a imponerle sucesivas sanciones pecuniarias, que el club rechaza como «un ataque a la libertad de expresión», lo que está fuera de lugar. Pues bien, por razones absolutamente extradeportivas, Javier Tebas propone que sea un Girona-Barcelona el que inaugure la «internacionalización» de la Liga española, obviando la certeza de que el encuentro, por más precauciones de seguridad que se adopten, será utilizado por los separatistas catalanes para extender su propaganda gratuitamente, con la eficacia, además, que proporcionan las televisiones internacionales que van a retransmitir el encuentro. Con mayor escarnio, si, como se ha publicado en los medios de comunicación, se pretende que suenen los himnos de España y de Estados Unidos antes de comenzar el partido. Ya hemos señalado que entendemos el interés económico de Bertomeu por fomentar la presencia de su equipo en los mercados exteriores, de donde obtiene parte de sus ingresos, así como el de Geli, que ganará unos millones de euros extra. Javier Tebas necesitaba a uno de los grandes de la Liga para su operación, pero a condición de que se enfrentara a un equipo más modesto, con un número manejable de abonos que compensar. Lo dicho: el negocio por encima de todo.