Crítica de libros

Diario de viaje

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Pocos textos hay de Julio Cortázar que sean tan inquietantes, extraños y poéticos, como esta «Prosa del observatorio», que el escritor argentino escribió en París y en Saigón y que publicó en 1971, y en el cual se condensa su visión del mundo y del universo, que es, también, una visión propia de la escritura.

Cuaderno de bitácora o ensayo filosófico, en esta obra, el autor de «Rayuela» se vale de los observatorios astronómicos que Jai Singh, sultán de la India, construyó en Jaipur y Delhi en el siglo XVIII, para desplegar una serie de imágenes que se superponen como capas unas sobre las otras y en cuyo centro se encuentra la experiencia poética, es decir, una experiencia que trasciende las coordenadas de la poesía misma y el devenir del universo.

Desde el largo trayecto que las anguilas hacen hacia el ancho mar de los Sargazos, o desde la cinta sin fin del anillo de Moebius, Julio Cortázar se inmiscuye, así, con su prosa envolvente y en un movimiento continuo, en las señales inefables que ofrecen el cielo y la tierra y bajo las cuales se esconde un pulso vital en el que la escritura, sin embargo, es al mismo tiempo la causa y la consecuencia de dicho movimiento.

En este diario de viaje fantástico por «las figuras del sueño y del insomnio» (el texto se acompaña con fotografías que el autor tomó en los observatorios de Jai Singh junto a Aurora Bernárdez), Julio Cortázar propone entonces un juego permanente entre lo real y lo imaginario, entre la «noche pelirroja» (como llama a ese momento previo al amanecer) y la blancura del día y cuyo resultado es un texto extraño, inquietante, repleto de símbolos y poesía, y desde el cual, en palabras del creador de «Bestiario», emergerá «una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad».