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Se acabaron las sardinas de Portugal

Se acabaron las sardinas de Portugal
Se acabaron las sardinas de Portugallarazon

Eliseo Pomeranz y su esposa se separan cuando los alemanes invaden Polonia en 1939. Él, relojero y matemático, huye a los bosques dejando en el pueblo a Estefa, una hermosa e inteligente mujer que, entre otros aspectos peculiares, mantiene una relación epistolar y telepática con el filósofo Martin Heidegger. Éste es el punto de partida de la última obra de Amos Oz, que Siruela publica en la Biblioteca del autor, en traducción del hebreo, como siempre magistral, de Raquel García Lozano.

Tras un largo periplo de diez años, Eliseo acabará en Israel, la tierra «donde la actividad acallará los pensamientos», es decir, en un kibutz donde cuida el ganado, arregla relojes y enseña matemáticas a los jóvenes. Por su parte, Estefa es empujada hacia el Este, donde se convierte en una implacable dirigente de los servicios de espionaje soviéticos. Porque hay unos personajes sin nombre, pero con presencia constante y de diferente procedencia en esta novela: los espías, que acechan constantemente en todo el globo terráqueo. «Tocar el viento, tocar el agua», tiene muchas de las características habituales en las novelas de Oz: el origen de la nación judía, la ilustración europea, la vida de los primeros colonos, los kibutzs y el deseo de paz, fundamental en el compromiso político del escritor. Su conocida ironía se asoma aún más entre líneas, pero hay algo diferente, que procede de la oralidad, de la facilidad para narrar historias de la tradición judía, porque en esta ocasión Oz sorprende gratamente con una historia que se lee como quien escucha un relato fantástico sobre personas especiales que viven peripecias poco comunes y el humor aviva al lector de manera continua.

Cuando se enumeran todas las penosas dificultades y confiscaciones que impone el nuevo orden nazi, el narrador termina el párrafo de esta manera: «Y en las tiendas de ultramarinos se acabaron por completo las sardinas de Portugal». Pero lo más sorprendente es la forma en que se desplaza Eliseo: «Flotaba y se elevaba, volaba por el aire oscuro, con el cuerpo relajado tras el esfuerzo, se alzaba silencioso por encima de campos y bosques, por encima de iglesias, cabañas y praderas. Así atajaba mucho».

Sobrevolando tejados

Teniendo en cuenta que Amos Oz escribió esta novela en los años setenta, hay quien pudiera aventurar influencias del realismo fantástico. Sin embargo, quien esto escribe no dejó de recordar imágenes de Chagall, sus escenas de pueblos judíos y esos personajes que sobrevuelan los tejados. Por otra parte, no hace falta decirlo pero lo haremos: la fantasía no tiene fecha de nacimiento.

Un lenguaje de especial lirismo retiene a menudo la lectura para mayor deleite. Surge también cuando habla de uno de sus temas clave: el descubrimiento de Israel como una tierra extraña para los judíos, que llevaban grabada en su historia siglos de cultura europea y, tras descubrir con estupor que los judíos vivían allí abiertamente, sin ninguna vergüenza, asimilaban con rapidez desde el sentimiento, la finalidad del calor, de las construcciones de las casas o los olores, a veces calientes y serenos, «como si fuesen pan». El autor de «Una historia de amor y oscuridad» ha creado en esta ocasión una historia de amor, humor y melancolía que se lee de un tirón y con una sonrisa permanente en los labios.