Refugiados

«Prefiero morir en Siria con dignidad que aquí bajo un puente»

Sirios con más de un año en España. Desesperación en los refugiados cuando terminan las ayudas de Gobierno y ONGs

La pareja de sirios formada por Masur y Osam volvió a verse en mayo, tras un año y cinco meses separados
La pareja de sirios formada por Masur y Osam volvió a verse en mayo, tras un año y cinco meses separadoslarazon

Han huido de esos conflictos que llenan las páginas de la sección de Internacional. Su vida era normal hasta que comenzó una guerra civil en las puertas de su casa. Lo dejaron todo: a su familia, a sus amigos, su hogar, pero también su estatus social, su trabajo y su vocación. Pidieron asilo en España, un país que no es fácil, pues suele rechazar más de la mitad de las solicitudes (el 56% en 2014), pero donde creían que por los lazos históricos y por las características de la sociedad española podrían rehacer su vida desde cero. Obviamente sabían que no iba a ser fácil, pero en sus ojos ahora sólo hay desesperanza.

Se han encontrado frente a un sistema de integración para los refugiados que no es suficiente y una vez se terminan las ayudas y los cursos, todo son trabas. Masur regentaba una farmacia a las afueras de Damasco. Su botica y la poesía eran su vida. Tras el levantamiento popular de 2011, Siria entró en una guerra que ya se ha cobrado más de 320.000 vidas, un tercio de ellas civiles. En 2013, pidió asilo en España y le permitieron traerse a un hijo. «Elegí al mayor porque me daba miedo que lo llamaran a filas. Fue una decisión muy dura. Dejé a mi marido y a mi hijo pequeño allí», cuenta a LA RAZÓN. Masur lleva un año y seis meses en España, vive en la Comunidad de Madrid, donde ha asistido a las clases de español que les proporcionaron, «pero con una hora a la semana no es suficiente. Ahora que por fin he conseguido que me homologuen el título de farmacéutica no logro encontrar trabajo porque no tengo el nivel para estar de cara al público». En este tiempo, pidió la reunificación familiar y por fin hace tres meses se la concedieron. Entonces Osam y su hijo pequeño viajaron hasta Líbano. «Me detuvieron en la frontera y me encarcelaron un mes. Mi hijo, de 16 años, intentó evitarlo y le pegaron una tremenda paliza. Fue tan fuerte, que en Líbano tuvo que ser intervenido y perdió los testículos», dice Osam, ingeniero.

Ambos llegaron a España el mes pasado, pero al ser parte de la reunificación, no tienen derecho a las ayudas de los refugiados. «Tengo dinero para pagarle las clases de español a mi hijo, pero no a mi marido», asevera Masur, quien confiesa que llora prácticamente todos los días. «Me da mucha vergüenza que me vean mis hijos así, pero ya no sé qué hacer, dónde acudir. No sé qué va a ser de nosotros el mes que viene». Durante la conversación, narran en un perfecto inglés la cantidad de barreras burocráticas a las que se han enfrentado. A su hijo mayor le han tardado un año en homologar su título de bachillerato y el del pequeño va por el mismo largo camino. Tuvo un problema con la compañía del gas: «Me cobraron 800 euros porque no había hecho una fotografía del contador», expone. «Sé que es un problema cotidiano, pero no sabemos cómo funciona ni la electricidad, ni el agua, ni el gas en España. Además, nadie me ayudó a buscar piso ni con el contrato. No tenemos a nadie aquí ni ningún tipo de asistencia». Ninguno de los cuatro ha encontrado trabajo y desde hace tiempo no reciben ayuda financiera. «Conocemos a tres sirios refugiados que ya están durmiendo en la calle. Pasan las noches en los jardines de la localidad. Esperamos no terminar así».

La voz de Salam también se rompe cuando habla del futuro. «De acuerdo, estoy a salvo de las bombas y los kalashnikovs, de un horrible régimen, pero no llevo una vida digna. No puedo proveer a mis hijos (y una es un bebé)». Este médico y cirujano de urología llegó a España hace un año y siete meses. Coincide en que no se enseña el español suficiente para después encontrar un trabajo o incluso hacer amigos locales. Su título nunca será convalidado y teme no poder pagar el próximo alquiler y verse en la calle. «Prefiero morir en Siria que aquí, debajo de un puente», afirma Salam, quien se pregunta por qué el Gobierno español aceptó su petición de asilo si después no puede encargarse de él y su familia. «En otros países te enseñan el idioma y te ayudan hasta que has encontrado un trabajo. El problema es que de acuerdo al Reglamento de Dublín, ya no podemos irnos a Alemania o Suecia».

Salam, que vivía en los alrededores de Damasco, insiste en que «no quiero mendigar, quiero trabajar y dar de comer a mis hijos». Tanto Salam como Masur están advirtiendo de la falta de oportunidades y del fallido sistema de refugiados en España a sus compatriotas, para que lo intenten en otros países de la Unión Europea. Un hecho que puede explicar por qué España recibe tan sólo el 0,9% de todas las solicitudes de asilo de la UE, según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado CEAR, mientras que las cifras de refugiados en el mundo no dejan de aumentar. Salam insiste en que el problema es con el papeleo y con un programa incompleto, no con la sociedad. «Los españoles nos encantáis, sois muy agradables y solidarios. Ojalá nosotros tuviéramos aquí una abuela de las vuestras».