Artistas

Bárbara Rey nunca escribirá sus memorias

Lo suyo es historia que a veces ofrece intrigando, pero en la que jamás profundiza. Por eso nunca sabremos si a «esa poderosa persona» le hacía paella mixta, al modo alicantino, de verduras o socarrat. Son secretos de Estado.

Bárbara Rey nunca escribirá sus memorias
Bárbara Rey nunca escribirá sus memoriaslarazon

Lo suyo es historia que a veces ofrece intrigando, pero en la que jamás profundiza. Por eso nunca sabremos si a «esa poderosa persona» le hacía paella mixta, al modo alicantino, de verduras o socarrat. Son secretos de Estado.

«No las escribiré porque haría daño a mucha gente», me dice rotunda y segura. Qué bárbaro lo de Bárbara, aunque ella nunca afirmó, como en el clásico, «¡son mis amores reales!». Pero desde hace 30 años viene jugando, esbozando, insinuándolo en un despistante sí, pero no. Ella tiene 61 años oficiales, aunque el Grijalbo Enciclopédico le echa 66. Un exceso como otros que tras tardías, arduas, fatigosas y profundas investigaciones sostienen lo que hubo: sus relaciones con lo que eufemísticamente algunas teles llamaron «el señor importante». Cunden los disparates, prodigan supuestos tan errados como aquel afirmando que el 23-F «él la llamó telefónicamente y le advirtió que no saliera a la calle». Choca con la versión que el 12 de diciembre nos soltó a la Peña Cuarto Poder, en Casa Lucio. Habrá que creerla. Tomen nota: «Desde Zarzuela nunca me llamaron recomendándome que no llevase a los niños al colegio. ¿Cómo iba a hacerlo si Ángel y Sofía aún no habían nacido».

Se enreda en sus propias historias, casi todas verídicas, pero ya especie de laberinto donde no se sabe qué es real. Resulta imposible rehacer lo que hubo, que lo hubo, entre ellos, cuando la vedette estaba en su mejor forma física y artística, pero sin llegar a la exageración de algún exaltado que dijo «que era un mito español» comparable a Rocío Dúrcal y la Jurado. Con ella en Barcelona fuimos a verla desde un palco al Teatro Victoria donde Bárbara le dedicó la función en que debutó teatralmente. Se llamaba «¡Una noche bárbara!» y la produjo Pepe Buira en el mejor escenario del Paralelo. Lo abarrotó un año y batió récords. Sobresalía con mucha pierna y cantando «Lili Marlene». Se lo recordé en esa comida sentada a mi derecha, acompañada por su hija Sofía. Es treintañera de gran gancho bisexual que nunca escondió. Mantenía melenón rizado y terció más de una vez. Cuando al quejarse de que nadie la contrataba, su hija reveló: «La llaman, quedan y no volvemos a saber nada. Hay como una mano negra» que no existió en esa exaltación muy real, erótica y entregada durante 17 años, según su versión. Detalló que a «él» le endilgaron usar mucho la moto para sus devaneos. Se ve que montaba bien y sin quitarse el casco era su rauda escapatoria de aquí te pillo, aquí te mato. A «él» no dejaron de colgarle presuntas como la de mi guapa amiga barcelonesa, un suma y sigue iniciado con Olghina di Robilant, que altas instancias cortaron de raíz, o amorío incluso con una morena aristócrata recientemente desaparecida. Lo de María Gabriela de Saboya también fue abortado porque Don Juan se llevaba mal con su padre Humberto, que era tan liante como Federica de Grecia.Todo lo superó la menos atractiva pero cálida Marta Gaia.

Bárbara siempre se quejó de persecución, un lamento interminable que yo recogí «in situ» aquella noche valenciana donde era la estrella de «Tómbola» y no pasó del vestíbulo de Canal Nou. «Son órdenes superiores». «¡Pero si estoy contratada, aquí tengo el documento!», protestó sin entender la situación. ¿Acaso temían que dijera de más en el programa universidad de los actuales del corazón? Bárbara no montó el alboroto y griterío que oí anteayer narrando el incidente: el productor Ángel Moreno la llevó aparte, discutieron sin subir la voz... y al poco Bárbara tenía programa propio en ese canal autonómico. Misterios. Duró cuatro años y se llamaba «Cocinando con Bárbara», que los dejaba relamiéndose. Inteligente manera de taparle la boca.

Y ya que como Blasco Ibáñez ando entre naranjos, cómo olvidar la valenciana boda de Bárbara con Ángel Cristo, al que por amor luego ayudó actuando en el circo y animando la taquilla. Atraía más que los leones. Fui el único periodista invitado en una tarde gélida, luego con soberbia cena en el Casino Monte Picayo, donde ella se dejaba fortunas. Era su segunda casa. En el juego pudo perder los supuestos 500 millones de pesetas, aseguran pagados del fondo público, algo que nunca creeré permitiese «él». Ni que estuvieran locos. No dejo de preguntarme si, viviendo aterrorizada como sostiene, no cogió el dineral presunto, que tramitó Manuel Prado y Colón de Carvajal, tomó el primer avión y escapó a Hispanoamérica con sus niños, dejando atrás el fantasma de «ese hombre tan influyente».

Lo suyo ya es historia que a veces ofrece intrigando. Pero nunca profundiza. Por eso jamás sabremos si a «esa poderosa persona» le hacía paella mixta, con costra al modo alicantino, de verduras o socarrat.