Desastre meteorológico

Amanecer bajo un cielo de peces

La Razón
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Arden las televisiones al rock and roll de Irma. El gobernador de Florida, Rick Scott, advierte de que lo arrasará todo. En el recuerdo quema Andrew, que arrasó el estado en 1992. «Si le han ordenado evacuar», dice Scott, «hágalo ahora. No esta noche o dentro de una hora, ahora». Sus palabras llegan mientras los Cayos quedan a merced de la tempestad y la memoria de Bogart y Edward G. Robinson en aquella inolvidable «Cayo Largo». Mientras, casi 6.000.000 de personas escapan de la tormenta con rumbo norte. A los mendigos de Miami les obligan a elegir entre cobijarse en un albergue o pernoctar en una residencia psiquiátrica. ¿El resultado? Unas ciudades desiertas. De Miami, con sus fachadas art decó y sus monumentos al aire acondicionado y sus ancianos en andas y con bombona de oxígeno, a Nápoles, en la Costa Oeste, orilla del Golfo de México, donde los pelícanos pescan a pocos metros de la arena, el huracán provoca escalofríos. Y habrá quien permanezca en casa. De pie frente a unos vientos de 225 kilómetros por hora. «No queremos héroes», sugería el alcalde de Miami, Philip Levine, «queremos residentes seguros, los queremos vivos». A la hora de teclear esta pieza no sabíamos si Irma acabaría por rotar hacia el oeste, librando a Miami Beach del gran golpe. La única certeza, la visión de unas poblaciones impactadas por el miedo. Vacías como cascarones y a la espera de saber si, como antes Katrina y después Houston, amanecen bajo un cielo de peces.