Restringido

El avispero

La Razón
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El tiovivo de Oriente gira como un derviche y a su costado vamos todos, ciegos de apocalipsis. Un avión ruso ha sido derribado mientras Putin y Erdogan, que juran combatir al EI, atacan a quienes pelean contra el yihadismo. Los rusos bombardean a los rebeldes contrarios al impresentable Al Asad. A ver si así, calcula Rusia, EE UU y la UE aflojan la soga de las sanciones por la gatada en Ucrania. Entre tanto los turcos masacran a los kurdos, última empalizada de la minoría cristiana ante el genocidio. Obama, que el día previo a la matanza en París se vanagloriaba de haber contenido el avance de Estado Islámico, o como quieran denominar al ejército irregular de clérigos psicópatas, jura que no habrá botas americanas en Siria más allá de cuatro asesores militares y un par de comandos especiales. Cierto que quienes le reclaman soluciones drásticas callan que tras el zumbido de los B-52 tocaría implementar un plan Marshall de proporciones épicas.

El presidente, cuando la entrevista, estuvo insólitamente torpe, pero conoce bien el rompecabezas de la animosidad entre chiíes y suníes, tal y como atestigua el desguazado Irak post-Sadam. Tanto Arabia Saudí como Irán pelean en territorio ajeno. Dos andorgas cebadas con sangre y petróleo. Dos visiones del islam y una forma unánime de apiolar demócratas, liquidar opositores y financiar terroristas. En Arabia Saudí se estilan las crucifixiones y decapitaciones. Los ayatolás se muestran más partidarios de la lapidación y el ahorcamiento. Unos y otros ejecutan a buen ritmo. Los saudíes, algunos de cuyos príncipes financiaron Al Qaeda, son los guardianes del wahabismo. De Islamabad a Yakarta reclutan niños, generalmente pobres, para inculcar el triunfo de la «sharía». Su penúltima gloria consiste en la condena a muerte del poeta palestino Ashraf Fayadh, acusado de renunciar al islam. Irán, que según Amnistía Internacional pretende aprobar leyes que «despojarán de derechos fundamentales a las mujeres», reducidas a poco más que «máquinas de procrear», ha condenado al corresponsal del «Washington Post», Jason Rezaian, pero desconocemos cuántos años permanecerá en prisión e, incluso, los cargos. Espía o apóstata. Partidario de la Coca-Cola o aficionado a los ensayos de Montaigne. A saber. Aquí tienen a los principales avispones enredados en el tablero donde medra la tropa de aficionados al videoarte gore que delira con reducirnos al islam por las buenas o las balas.

Añadan a la ecuación una Europa vacilante y aturdida. Enredada en cálculos electorales. Acuclillada por el abotargamiento que le provoca haber encontrado al enemigo a las puertas. Tampoco falta el rondo de quienes cegados por su antiamericanismo desglosan las maldades de la guerra, menudo hallazgo, sin proponer otra resistencia que el harakiri. Ya quisiera yo escribirles, dopado de benevolencia y mejores deseos, una columna en favor del diálogo con... ¿Con quién? ¿Los escuadrones de la muerte? ¿Con quiénes trabajan para levantar una tramoya fascista con tics medievales y alegre exterminio de herejes? Quiéranlo o no el matadero es ya la casa de cualquiera. Por temible que resulte la perspectiva de bucear en el tsunami sirio, la alternativa pasa por permitir la vergüenza de una nueva Ruanda mientras hacemos cola frente al verdugo.