Eurovisión

Eurotostón

La Razón
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Lo único que le salió mal a Maroto de entre las ponencias del PP, que ya sabía que el partido no iba a aprobar en dos tardes lo de la maternidad subrogada con la frivolidad con lo que la trató Ciudadanos, fue el final para elegir representante del Festival de Eurovisión. Ya damos por amortizado que en los órganos europeos nuestra representación es limitada y, sin embargo, nos empeñamos, como si no hubiera un mañana, en llevar al certamen a un remedo de cantante para que suelte un gorgorito en inglés, para que luego digan de Donald Trump, como si en ello nos fuera la prima de riesgo, muy atinada por cierto en las últimas pruebas de solfeo mercantil.

La sabatina noche de los congresos, en televisión llovieron los insultos y las agresiones en serio, versión «hardcore», de las peleas en broma de Juanito Valderrama y Dolores Abril. Ya se sabe que para ganar Eurovisión hay que encargar la canción a un sueco (Eurovisión es un mueble de Ikea que cualquiera menos yo puede montar en casa) o a una estrella si quiera mediana del universo musical. Y si no, que vuelvan a enviar encapsulada a Karina o a Salomé. O que el Congreso ( el de los diputados) elija entre La Habitación Roja de Andrea Levy, los Chicos del Maíz, de Pablo Iglesias, o Los Planetas de Pedro Sánchez, un homenaje al ausente presente.

En ese escenario de divas chillonas, chicos lánguidos y friquis de «Stranger things» se traslada la guerra «hooligan» de un partido de fútbol, sólo que con pluma. Si en el estadio del Rayo hay quien se rasca la entrepierna, aquí se pone a prueba la agresividad de las muscolocas y las mariliendres, según la denominación que ellos mismos usan en plan travesti radical. Alaska, tú sí que sabes. En Eurovisión hay más indignados que en el 15-M; el movimiento que también acabó con una trifulca sonora aliviada por «L’estaca» de Lluís Llach, que ya sólo está para la guerra de la independencia y el festival del disparate. La calidad musical en España, si bien algún crítico relata que el mejor disco del año es el de la Pantoja, está en horas altas a poco que se salga del corrillo de «coaches» de «La Voz». Hay bocas en la radio tradicional o en Spotify como para asar una vaca y queden satisfechos como en una boda gallega. La única gracia que ya le queda a Eurovisión es la de ser un programa de humor aunque con menos gracia que «Tu cara me suena». Es el delirio de un continente por acotar que vive su otra Liga de Campeones para los que no le gusta el balompié. Por si fueran pocos los comentarios de bar que suscitará nuestra parodia nacional, este año se celebra en Ucrania. Damos por hecho que los rusos hackearán las votaciones para que gane el Brexit.