Nacionalismo

Hablar bien de España

La Razón
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Una de las paradojas del proceso independentista lanzado en Cataluña desde 2012 es que, al llegar a las últimas consecuencias, puede propiciar, si las cosas se hacen bien, una última normalización de nuestro país. Hemos sido el único país europeo que, en la segunda mitad del siglo XX, y en buena parte de lo que llevamos del XXI ha considerado no sólo aceptable, sino positivo e incluso avanzado, por no decir progresista, el nacionalismo. Hasta los recientes movimientos populistas surgidos con la crisis (véase el Brexit o nuestros podemitas), el nacionalismo era un tabú en toda Europa... excepto en nuestro país. En vez de estar marcado por el estigma de la destrucción que trajo en dos guerras mundiales, aquí se relacionaba con la modernidad, la europeización y la democracia. Por fin empezamos a entender que el nacionalismo es la negación sistemática y radical de cualquiera de esas tres ideas.

Decirlo ha llevado a mucha gente a la marginalidad. Peor aún era afirmar que combatir el nacionalismo requería fomentar y apuntalar la idea de España, o de nación española. Parecía que quien afirmaba algo así estaba reivindicando una forma de nacionalismo español cuando de lo que se estaba hablando era de lealtad al país común... de aquello que en LA RAZÓN resumimos durante mucho tiempo diciendo sencillamente «Nos gusta España».

Ha hecho falta una amenaza inminente para empezar a entender que la lealtad a España y la virtud del patriotismo no son nocivas. Todavía nos falta un poco, tal vez bastante, para entender que sin ellas el nacionalismo, aunque ya no ensalzado como hasta hace poco tiempo, no acabará de ser situado en el puesto que le corresponde, que es local y limitado, aunque peligroso siempre.

Las razones de esta peculiaridad española son demasiado complicadas como para ser explicadas aquí. A los españoles no nos gustan las ideas abstractas y cuando nos han metido una en la mollera, es muy difícil sacarla, por muy absurda que sea. Peor aún es intentar sustituirla por otra. El caso es que la amenaza nacionalista –porque estamos ante una cuestión derivada del nacionalismo, no sólo del «soberanismo»– ha empezado a hacer posible otra forma de ver las cosas. Con un poco de suerte, a partir de ahora no se volverá a desacredtiar a quien habla bien de España.