Julián Redondo

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La Razón
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El Barça sin Messi. Un reto para la plantilla, que puede celebrar que en ningún equipo adversario va a toparse con un jugador como él. Las fuerzas se desequilibrarían si Neymar –«embargado» casi todo el partido– y Luis Suárez demostraran por sí solos lo que también son capaces de hacer junto a Leo. A Sandro, sustituto de emergencia, no le corresponde ese rol y además le viene grande.

El destino eligió al Bayer para medir el temple azulgrana sin el crack entre los cracks. Ganar era lo previsible, lo necesario; perder o empatar, la noticia, que la adelantaba el Barça con su inconsistencia, la amplificaba Iniesta con su lesión (muscular) y la firmaba Papadopoulos hasta que empató Sergi Roberto y Suárez remató el 2-1 en sendos actos de fe.

La foto, sin embargo, estaba en el otro extremo de la Península Ibérica, en Oporto. Ningún partido despertaba más morbo que el del reencuentro de Casillas y Mourinho. Cuando compartían colores el aire se viciaba entre ellos, se cortaba la tensión; resultaba exagerado afirmar que compartían propósitos, ni siquiera ideales y casi ni vestuario... Frente a la incógnita del resultado sobresalía el saludo inicial de dos viejos conocidos en un escenario que adora al portero y venera a su antiguo entrenador. El cariño popular no alcanza para el piquito; pero la corrección de ambos protagonistas, presagiada de antemano, propiciaba un saludo tan cordial como frío. La buena educación, o sea.

La instantánea llamaba tanto la atención que pasaba inadvertido que Casillas ha sido elegido el mejor portero en la historia de la Liga de Campeones y entre 2008 y 2012, mejor guardameta del mundo. Contra el Chelsea, en Do Dragão, aumentó la leyenda al alcanzar la asombrosa cifra de 152 partidos de «Champions», más que nadie, uno más que su amigo Xavi, en el origen de la guerra que Mou le declaró. Siempre pendientes del acto, lo que se vio es que Casillas, con dos paradas, situó al Oporto en la senda del triunfo. Fotón.