Ramón Sarmiento

La hora de los sensatos

España está saliendo de la crisis. Es verdad. Pero no los españoles. Por ello, como dictaminó Baltasar Gracián en «El Discreto», es la hora de los sensatos: la del hombre de plausibles noticias, la de la buena elección y la del hombre de espera. No es el momento de la mediocridad circundante. Fue Paul Adam en el «Triunfo de los mediocres» el primero en denunciar a inicuos, sinvergüenzas y mercaderes de patriotismo; y en desenmascarar a falsos socialistas, aristócratas fantoches, cepilladores de moral y remendones de la virginidad política. Estos ofenden a la razón ensombreciendo lo que está meridianamente claro o desvirtúan la realidad prometiendo humo. Pululan enfermos del gusto, o por ignorancia o por capricho. Así como la extremada elección de la abeja y el mal gusto de una mosca se dan en un mismo jardín –pues aquella solicita la fragancia y ésta, la hediondez–, así los mediocres quieren pegar su mal a todos pretendiendo que su paradójico voto sea norma para los demás. Ciertamente, tenemos muchos problemas: unos voluntariamente buscados o torpemente alimentados; y otros sobrevenidos. Entre ellos, está el problema del paro. Si tras cinco años de crisis los seis millones de desempleados y los miles de expulsados de sus casas subsisten sin rebelarse contra el Gobierno o la UE, algún peligro cierto se está cerniendo sobre nosotros. La calma suele preceder a la tempestad.

Y España se ve como una bomba de explosión retardada. Con un 80% de los jóvenes menores de 30 años viviendo con sus padres o con la expatriación como solución. Con tensiones territoriales en Cataluña y en el País Vasco frenando las inversiones foráneas por los riesgos potenciales. Con escándalos de corrupción sacudiendo a una clase política que no sabe cómo reaccionar. Y lo que es peor: con una dosis anestesiante del pensamiento y la acción que impide la regeneración total. Aristóteles definió la virtud como «el término medio entre dos vicios». ¿Tendremos que aceptar el hedonismo epicúreo de Horacio de conformarnos con lo que tenemos? ¿O tendremos que sucumbir a la visión aciaga de la realidad que en «La hora de todos» Quevedo resume con estas palabras: «Para las enfermedades de la vida, solamente es medicina preservativa la buena muerte»? Es la hora de los sensatos.