Desarme de ETA

Orfebres de la ignonimia

La Razón
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Si hace un par de décadas se hubiera preguntado en una encuesta entre periodistas españoles cuál es la noticia que más les agradaría contar en su carrera profesional, un nada despreciable porcentaje habría respondido que el final de la banda terrorista ETA aparejado a la entrega de su arsenal. Era un anhelo social unánime, la gasa por retirar en la operación de la transición. Ahora, sin embargo, la sociedad civil, –la real, no la de los comunicados etarras y de los llamados «artesanos de la Paz»– ha acogido con verdadera y auténtica indiferencia el anuncio de desarme y hasta con absoluta frialdad la convocatoria de fastos y la emisión de comunicados. Quien nos lo iba a decir. Desde su derrota total a manos de instrumentos de la democracia como las fuerzas de seguridad, la justicia y los servicios de inteligencia, ETA dejó de ser una de las principales preocupaciones ciudadanas, así de claro. Pero tampoco hace un par de décadas hubiéramos imaginado un final de la banda tan burda y vilmente manipulado para lavar la sangre de sus manos dejando el papel de las víctimas muy lejos del lugar que realmente les corresponde como auténticos acreedores del reconocimiento de toda la sociedad.

El número montado este fin de semana en la plaza Paul Bert de Bayona para celebrar una entrega del arsenal etarra cargada de interrogantes que la justicia habrá de solventar ha ido más allá del mero akelarre abertzale pretendiendo tal como se esperaba marcar un punto de inflexión desde el que reescribir la historia reciente de la infamia. Lo realmente lamentable, mas allá de que el acto contase con ingredientes como la presencia del «carnicero de Mondragón» en la tarima del escenario –el que decía no asesinar sino ejecutar– es el mantra que pretende instalarse con la existencia de unos colectivos de víctimas a los que se sitúa como elementos ajenos a la sociedad real y enfrente unos pobres y compungidos familiares de presos etarras dispersados por las «tétricas» cárceles del estado y con sus más elementales y humanitarios derechos conculcados. Bayona ha querido marcar un punto de arranque hacia la que se pretende sea nueva situación política de futuro en Euskadi y que no es otra más que fortalecer –como en la Cataluña de Tinell– los «cordones sanitarios» frente al partido popular, tal vez olvidándose –reflexione el PSE de Mendia– de que socialistas y populares han tenido en común la sangre derramada por no pocos dirigentes y militantes y años de miradas cada mañana en el hueco de la escalera y los bajos del automóvil.

Los «mediadores» no han estado a la altura más allá de la brocha gorda de contemplar como conflicto lo que era simplemente el terror de una banda derrotada por el Estado de Derecho. Escuchar al pastor metodista irlandés Harold Good sonrojantes proclamas como «escribid cartas a vuestros nietos sobre esto» da la medida del vergonzante «numerito». No son artesanos, son finos orfebres de la manipulación y la mentira, eso es todo. Y todavía habrá quien quiera verles en Estocolmo recibiendo el Nobel... al tiempo.