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El riesgo de los demagogos

La inaudita injerencia del primer ministro griego, Alexis Tsipras, en la política interna de dos países socios y aliados como son España y Portugal dice mucho más de las dificultades que atraviesa la república helena para sobrevivir como miembro de la eurozona, que las negras previsiones que maneja la Comisión Europea sobre la evolución de la economía de Grecia. No es la primera vez que la izquierda populista griega busca un chivo expiatorio exterior al que endosar sus propias responsabilidades –práctica que creíamos superada en la Europa del siglo XXI– pero, hasta ahora, había tenido la precaución elemental de no introducir caballos de Troya en los procesos electorales ajenos, lo que denota en el Gobierno de Syriza nerviosismo y, en cierto modo, impotencia. La apelación a fantasmales conspiraciones extranjeras tal vez funcione para distraer por un tiempo a la castigada opinión pública griega, pero en absoluto ayuda al fin último, que no es otro que la recuperación de Grecia como miembro activo de la construcción europea y no como una rémora. No hay, por otra parte, culpa alguna que achacar a los gobiernos de la UE, que mantuvieron una escrupulosa neutralidad frente a las elecciones que dieron la victoria a Syriza, aun cuando bastaba una simple calculadora para comprender lo irrealizable de su programa electoral. Lo expresó ayer en Sevilla con meridiana claridad el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando advirtió de que no se podía responsabilizar a España de la frustración que ha generado la izquierda radical griega que prometió lo que no podía cumplir, y, además, a sabiendas. A Rajoy le avala su propia gestión de la crisis, ensalzada por la UE, que ha permitido a la economía española eludir el rescate al que parecía abocada y volver a la senda del crecimiento. Pero, incluso evitadas las exigentes condiciones que imponía la troika, España tuvo que cumplir con los compromisos contraídos en el marco de la eurozona y afrontar una intensa labor reformista, que en otros países, como Francia e Italia, apenas comienza. Más diáfano, si cabe, es el ejemplo portugués –el otro miembro del «eje del mal» de Alexis Tsipras–, que fue uno de los cuatro países rescatados y que se encuentra en franca recuperación tras una gestión política seria, sin concesiones a la galería, que ha permitido a Lisboa adelantar el pago de las deudas, con el consiguiente ahorro de intereses. España y Portugal, con dos gobiernos de centroderecha, han llevado a cabo las buenas políticas que le indicaban, a cada uno, sus respectivas circunstancias. También Grecia, con el Gobierno conservador de Andonis Samaras, empezaba a salir de la postración financiera. Pero el electorado griego, muy castigado por la dura batalla contra la recesión, se dejó seducir por los cantos de sirena de la demagogia. De ello, ni Madrid ni Lisboa tienen culpa alguna.