Política exterior

Los Reyes en la corte del Brexit

La Razón
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La solemnidad con que la casa real británica ha rodeado todos los actos públicos del viaje de Estado de Sus Majestades habla por sí sola de la trascendencia que para Reino Unido tiene la visita de los Reyes de España en unos momentos especialmente delicados por la negociación del Brexit. Ya hace 31 años, la reina Isabel II recibió a Don Juan Carlos y Doña Sofía con inhabitual parafernalia –el Rey emérito fue el primer Jefe de Estado extranjero que habló ante las cámaras reunidas de los lores y de los comunes–, en lo que se interpretó como el reconocimiento al papel clave de la Monarquía en el proceso de la Transición y un espaldarazo a la plena integración española en el concierto de las democracias europeas. También, por supuesto, por el peso de una historia compartida de siglos, compleja y tormentosa, entre las dos monarquías más antiguas de Europa, creadoras de naciones y germinales de la civilidad occidental. Pero si en 1986 el reto era construir unas relaciones estrechas en el marco de la Unión Europea, hoy, el desafío se centra en cómo preservar del Brexit, con el menor daño posible, unos vínculos tan sólidos en lo económico, como en lo político y en lo social, que hacen de España y Gran Bretaña dos socios indispensables. Don Felipe y Doña Letizia son los jefes de Estado de una España que ha experimentado un cambio trascendental en las últimas tres décadas hasta convertirse, pese a todas las dificultades, en una de las principales potencias económicas de Europa y en un referente para el mundo de la libertad y la democracia. En el proceso, Reino Unido se ha convertido en el principal destino de las inversiones españolas en el extranjero –por delante de Estados Unidos o Brasil–, es uno de los mayores clientes de las exportaciones nacionales –con una balanza comercial netamente favorable a España en unos 8.000 millones de euros– y mantienen dos nutridas colonias recíprocas: 300.000 británicos residen en nuestro país y 116.000 españoles lo hacen en Reino Unido, la mayoría en empleos de alta cualificación. Somos, además, el primer destino turístico para los ingleses, con doce millones de visitas anuales. Cifras que, por otras parte, no tienen en cuenta el alto nivel de las relaciones políticas y culturales entre ambos países, forjadas tanto en el seno de la Unión Europea como en la pertenencia común a la Alianza Atlántica. En definitiva, que si descontamos el diferendo sobre Gibraltar, amortiguado en los últimos años por el marco institucional de Bruselas, pero frente al que España mantiene intacta la reivindicación de su derecho, nunca como hoy habían existido unas relaciones tan intensas y exitosas entre los dos países. Sin embargo, no conviene caer en ingenuidades cuando se trata de afrontar la política exterior británica, ducha en la defensa de los propios intereses nacionales y, casi siempre, por encima de alianzas y amistades. En este sentido, Londres se enfrenta a las consecuencias de una decisión política absurda, la de abandonar la Unión Europea, que puede tocar la línea de flotación de una economía basada en la industria financiera internacional. A nadie se le escapa que el Gobierno del Reino Unido busca aliados en la UE para su negociación del Brexit y que pretende hacer valer los intereses de todo tipo cruzados con España. Sus Majestades comienzan, pues, un viaje de innegable trascendencia, en el que el Jefe del Estado propondrá la mayor conciliación posible entre el ideal común de la construcción de una Europa unida y las relaciones bilaterales con un país con el que tantas cuestiones compartimos.