San Sebastián

Un descomunal Roca Rey desata la tormenta

El peruano corta dos orejas, una de cada toro, y Alejandro Talavante pasea un trofeo en San Sebastián con la plaza llena de nuevo.

El diestro Andrés Roca Rey durante su faena en la tercera jornada de la Feria de la Semana Grande de San Sebastián.
El diestro Andrés Roca Rey durante su faena en la tercera jornada de la Feria de la Semana Grande de San Sebastián.larazon

El peruano corta dos orejas, una de cada toro, y Alejandro Talavante pasea un trofeo en San Sebastián con la plaza llena de nuevo.

San Sebastián (Guipúzcoa). Tercera de la Semana Grande. Se lidiaron toros de Zalduendo, bien presentados. Lleno en los tendidos. El 1º, de buen juego; el 2º, noble y de buena condición; el 3º, noble aunque se apaga; el 4º, flojo y deslucido; el 5º, noble aunque dura poco; el 6º, de mala clase y con peligro.

Sebastián Castella, de azul marino y oro, dos pinchazos, media, descabello (saludos); dos pinchazos, estocada trasera (silencio).

Alejandro Talavante, de rioja y oro, buena estocada (oreja); dos pinchazos, media, aviso (saludos).

Roca Rey, de azul marino y oro, estocada buena (oreja); buena estocada (oreja).

Dame una tanda y cambiaré el mundo. Algo así necesitó Roca Rey para infartar San Sebastián. De eso sabe el torero peruano. De eso mucho y apenas nada del miedo. En todo caso del ajeno. Y tarde tras tarde. Y día tras día. Toro a toro. Partido a partido. Pitón a pitón. Qué calamidad. Arriesgó en el quite, era el tercero de la tarde, y cuando comenzó faena, enganchó una arrucina a un circular, un redondo, qué sé yo, pasaron muchas cosas tan rápidas, pero la única verdad es que la fuerza de aquello despertó a los donostiarras de sus asientos. Hubo emoción. Y temple. Y el factor sorpresa que nos despoja de los prejuicios y la anestesia esta a la que nos hemos acostumbrado. No había acabado entonces la primera tanda de Roca Rey y andaba el público en pie. Locos todos. El zalduendo tuvo buena condición pero no duró y supimos pronto que no escaparíamos de la versión radical del torero. Valor a granel. Yo creo que hasta le sobra. Circulares y arrimón cuando el zalduendo bajó su revolución. La estocada en el sitio y el trofeo rotundísimo. Le pidieron dos. El presi no quiso. Como con Alejandro Talavante, que está mayúsculo. Tenía el segundo cara de toro serio, pitones para regalar también, sin esconderse, no podía. Nobleza y muy buen aire desarrolló el animal punto soso. Templado, suave el toreo, en el sitio, relajado, extraordinaria una tanda de naturales y otra más diestra. Le fluye el toreo a Talavante y hasta le acompañó un espadazo. Se quedó con una oreja aunque le pidieron el doble premio. Lo hizo tan fácil Talavante con el quinto que aquello parecía al alcance de muchos. No ocurre. Territorio prohibido. Le faltaba ritmo al toro al natural y a pesar de que comenzó por ahí llegaron los mejores momentos en el toreo diestro. Muy reunido, muy templado y tan lento... Hubo un momento, de esos de sublimación progresiva. Buenos los derechazos, cojonudo, con perdón, el cambio de mano y cumbre el de pecho, despacísimo y más largo todavía de lo que pueden imaginar. Pues suéñenlo si quieren, pero a cámara lenta para ser fidedignos. El toro se apagó, la plasticidad no, y la espada sí.

A Sebastián Castella se le fue el cuarto de madre, rajado y sin fuerza. No era el toro pro. Sí lo fue el primero, nobleza y con fondo de toro bueno y colaborador, repetía con codicia en la muleta del torero francés. Dejó una faena intermitente. Lo bueno fue muy bueno. Una primera tanda de derechazos, muy centrado con el toro, muy largos, templado y encontrándose uno y otro. Luego, más de búsqueda sin comunión, hasta que mediada la faena, otra vez por ese pitón, ligó y ligó, poderoso y el toreo fue. El paréntesis entre una cosa y la otra quedaba liviano.

En las antípodas la descomunal puesta en escena de Roca Rey para cerrar plaza. Este hombre transita por el infierno sin inmutarse. Tuvo mucha guasa el toro, protestón y a la mínima que se sentía sometido pegaba un hachazo. Por el izquierdo le pegó uno que no dejó lugar a dudas. Ni una le entró al peruano. El segundo aviso fue meterle el pitón por el pecho y abrirle el chaleco. Hiperventilábamos ya en el tendido. Gélidas las pulsaciones del torero. Siguió por ahí, ¿quién ha dicho miedo? Cerca, más cerca, rozando los pitones, respiración del animal petrificando el oro de la taleguilla. Y ya sin palabras, ahorro de energía en modo alerta, metió la espada con verdad y de fulminante efecto. Nada más salir de allí, se desató la tormenta en San Sebastián. Y la lluvia. ¡Ni el cielo pudo contenerse!