Entrevista
Patricio Fuentes, director del Cottolengo: «El problema de la vivienda se refleja en las familias que residen en la Casa»
Lamenta que cada vez hay más personas vulnerables abandonas en hospitales y reclama "más recursos" para atenderlas en centros sociosanitarios
La Casa del Sagrado Corazón, más conocida como el Cottolengo, lleva seis décadas brindando acogida, cuidado y atención personalizada a quienes enfrentan situaciones de extrema vulnerabilidad y exclusión social. Fundada en 1965 por el Padre Jacobo en el barrio de El Bulto, esta entidad ha sido desde entonces un refugio para personas sin cabida en otros centros. Actualmente, 45 personas en situación muy vulnerable residen en la Casa. Bajo la dirección de Patricio Fuentes, el Cottolengo enfrenta desafíos como el incremento de personas en riesgo de exclusión social, la falta de recursos sociosanitarios y la transformación urbanística del barrio, al tiempo que recibe reconocimientos como el Premio Valores de LA RAZÓN y la designación de su capilla como templo jubilar, símbolo del impacto social y espiritual de su labor.
¿Cómo ha evolucionado la misión del centro desde sus inicios hasta hoy?
La misión se ha mantenido intacta durante todos estos años: acoger, cuidar y acompañar a las personas más necesitadas que, por su situación concreta, no tengan acogida en otro centro y se considere de urgente atención. Esta misión, junto a la identidad cristiana, con plena confianza en la providencia de Dios, la importancia del voluntariado y las colaboraciones de tantas personas que conocen la labor que se realiza, han permanecido desde el primer día hasta hoy.
¿Cuál es la realidad que alguien se puede encontrar si se asoma a una ventana del Cottolengo?
Se va a encontrar con un observatorio permanente de la realidad oculta de nuestra sociedad. Las personas que más complicado lo tienen en la vida vienen a nuestra casa a tener una oportunidad. Quien se asome al Cottolengo verá una realidad personal dura, pero también un lugar en el que cada persona sabe que es importante para nosotros, que nos tiene a su lado para intentar un camino nuevo de integración social y que se siente acogida y valorada.
El Cottolengo se encuentra en el barrio de El Bulto, actualmente sujeto a un proceso de reordenación urbanística. ¿Cómo afectan estos cambios al funcionamiento de la Casa?
El barrio del Bulto tiene un innegable valor cultural e histórico, pero necesita una transformación porque tiene lugares inhabitables y carencias en muchos aspectos. Con lo que sabemos hasta ahora, el funcionamiento va a seguir siendo exactamente el mismo y en el mismo barrio, lo cual ha sido nuestra pretensión siempre, unido a la petición de viviendas dignas para todas las familias vecinas que no la tienen.
Esta entidad se distingue por acoger a personas que no encuentran lugar en otros centros. ¿Qué aspectos considera que diferencian a su entidad de otras organizaciones benéficas en Málaga?
No se trata tanto de diferenciarnos. Trabajamos en coordinación y comunicación con todas las entidades porque tenemos la misma finalidad: intentar que la vida de las personas que lo tienen más difícil sea mejor. Luego, es cierto que hay entidades muy especializadas en la atención de determinadas necesidades personales, algo que es muy bueno. Lo que sucede es que muchas veces las necesidades superan con creces la capacidad de lo que podríamos llamar el sistema social de nuestra ciudad o provincia y la entrada en determinados recursos es compleja o imposible. Por ejemplo, una persona extranjera con discapacidad grave en situación irregular tendrá que esperar años hasta que pueda regularizar su situación y solicitar una plaza en un centro para personas con dependencia. Mientras tanto, ¿va a estar en un hospital? ¿En la calle? Se viene a la Casa del Sagrado Corazón. Así que nuestra Casa es «experta» en acogida, un «hospital de campaña de la ternura» como diría el Papa Francisco.
Un trabajo duro que se sostiene gracias a las donaciones y el voluntariado, dado que no reciben subvenciones públicas.
En cuanto a lo económico, tengo que decir que no tenemos más estrategia que hacer la labor social y religiosa que se hace, contar con una comunidad de religiosas que es una bendición de Dios, unos pocos trabajadores, pero muy comprometidos y entregados, un grandísimo equipo de voluntarios sin los cuales la casa no podría funcionar y las personas de Málaga (personas por ellas mismas o a través de las instituciones, empresas o entidades en las que trabajan o dirigen), que de verdad son un instrumento de la Providencia de Dios y que se ocupan de que podamos llegar a fin de mes, muchas veces con dificultad, aunque vamos saliendo adelante.
¿Qué opina de la juventud actual? ¿Cree que está más o menos involucrada que antes en la acción social?
Vemos con gran esperanza el futuro porque vemos muchos jóvenes que vienen a visitarnos desde colegios, institutos, centros de formación, alumnos en prácticas de la Universidad de Málaga y voluntarios. Son personas que viven la solidaridad de una manera muy natural y con un respeto por la diversidad de capacidades precioso. Es verdad que esos jóvenes no lo tienen fácil actualmente porque nos encontramos en una sociedad tan competitiva, tan cambiante y en la que es tan difícil labrarse un futuro de manera estable, que es complicado que puedan mantener su voluntariado por muchos años. Sin embargo, durante el tiempo que están aquí reciben una semilla que les acompañará toda la vida.
En 2025, la capilla de la Casa ha sido designada como templo jubilar. ¿Qué significa este reconocimiento y cómo se están preparando para acoger a los peregrinos durante este año jubilar?
Ha sido un regalo de la Iglesia de Málaga para nuestra Fundación y creo que también un regalo de Dios para la Iglesia de Málaga. Son muchas las personas que vienen de peregrinación a nuestra Casa y experimentan la 'gracia de Dios' abriendo las puertas de su corazón a las necesidades de los hermanos que peor lo pasan.
¿Cuál es el perfil de las personas que atienden en la Casa?
No hay un perfil. En realidad no hay perfiles, hay personas. Nuestra casa ha ido adaptándose a las necesidades más acuciantes a lo largo de los años. En el comienzo fue casa de acogida, colegio, templo y capilla para niños con discapacidad, especialmente con secuelas de la poliomielitis y que vivían en condiciones de extrema vulnerabilidad o pobreza. Posteriormente ha ido acogiendo a familias, personas mayores, personas con discapacidades graves…. Así hasta el día de hoy, en el que el problema de la vivienda se refleja en las familias que residen en la Casa hasta que encuentran un hogar asequible, cosa tan difícil, pero no imposible, y personas que sufren enfermedad y necesitan tratamientos complejos o convalecencias que, viviendo en la calle o en infraviviendas, es imposible de llevar adelante y vienen con nosotros a vivir esa etapa de la vida.
Se ha producido un aumento en el número de personas abandonadas en hospitales tras recibir el alta médica. Muchas acaban en el Cottolengo. ¿A qué cree que se debe esta situación?
Sí, esa necesidad es la que nos encontramos en los últimos años con mucha frecuencia. Es clamorosa la ausencia de centros sociosanitarios en los que las personas que viven en la calle, en viviendas sin condiciones mínimas de dignidad o en absoluta soledad puedan superar una convalecencia, una recuperación de una operación que necesita acompañamiento o recibir tratamientos de enfermedades muy graves. Llevamos años reclamando este tipo de recursos. Los profesionales de la sanidad y del trabajo social hacen esfuerzos tremendos, con una implicación personal absoluta, pero no lo pueden solucionar con los recursos que tenemos. Nos llaman desesperados.
En este contexto, historias como la de Janice, una mujer con Alzheimer encontrada en la calle y acogida por la Casa del Sagrado Corazón, reflejan la labor esencial que realizan. ¿Cómo se gestionan estos casos?
La historia de Janice nos llega por la preocupación de profesionales sanitarios y sociales de varios hospitales y ayuntamientos que conocen esta situación. Imaginen una persona mayor, con un alzhéimer muy avanzado, viviendo entre los coches y que la llevan al hospital, casi como recurso social. “Es que aquí, en el hospital, con todas las enfermedades que hay… no puede estar más tiempo, por ella misma, porque puede coger lo que no tiene…” nos dijeron. Y tenían toda la razón. Janice hoy sonríe mucho, siempre responde con monosílabos o con algunas pocas palabras en inglés pero muchas veces sonríe e ilumina la Casa. Colabora en lo que buenamente puede, tendiendo algo de ropa y pasea… puede vivir bien dentro de su situación.
Lleva más de una década al frente de la Casa del Sagrado Corazón. ¿Cómo influye esta experiencia en su vida?
Para mí es un privilegio poder colaborar y aportar lo que puedo e intento que sea lo mejor de mí mismo. El peso grande lo llevan las religiosas, los trabajadores, los voluntarios… Ellos y el Patronato de la Casa, presidido por nuestro Obispo, me dan su confianza para que entre todos busquemos lo mejor para cada persona y cada familia. Es cierto que nos enfrentemos a situaciones complejas porque no todo el mundo aprovecha las oportunidades, hay recaídas y nos produce dolor, a veces pasamos muchas estrecheces, también económicas, para poder apoyar algunas salidas de la Casa. Tenemos mucha fe en Dios y en el Sagrado Corazón de Jesús que nos acompaña y sostiene.
¿Cuáles son los principales objetivos y proyectos que tiene para la Casa del Sagrado Corazón en los próximos años?
Mientras haya personas que estén en los márgenes de nuestra sociedad, nuevas o viejas formas de sufrimiento, pobreza material o personal, la Iglesia estará siempre a su lado porque es la Iglesia de Jesús. Y la Casa es un instrumento para llevar a cabo esta difícil y, a la vez, hermosa labor. No tenemos más objetivo que seguir adelante, día a día.