Jesús Fonseca
La felicidad donde no se espera
Suele ser así. La felicidad, esa que nos aleja de cualquier tristeza o desánimo y es portadora de una alegre y serena quietud, brota donde no se espera. Y, casi siempre, de un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Sólo cuando se logra transformar el corazón —tantas veces de piedra—, en un corazón de carne y hablar, también, con palabras de carne, son las cosas de forma muy distinta en la vida. La felicidad donde no se espera es el título de la obra de Jacques Philippe, cuidadosa y bellamente editada por la editorialRialp, en su colección Patmos. Me ha gustado especialmente, porque se trata de una sencilla reflexión, sin pretensiones teológicas, sobre las Bienaventuranzas. Vamos, que puede ayudar a cualquiera y ser entendido por gacetilleros cortitos, como el que esto escribe, lo cual es siempre de agradecer. Más que nada porque, si de algo está enfermo nuestro mundo, es de insaciable avidez y codicia. Así que viene bien darle una vuelta a las enseñanzas de El Galileo, como medio para construir una sociedad más dichosa. Jacques Philippe hace, en estas páginas, interesantes consideraciones. Como esta: tendemos a sentirnos propietarios de dones que no nos pertenecen. «A utilizar, por ejemplo, el bien que hacemos, para fabricarnos un pequeño pedestal sobre el que nos subimos. Para juzgar a los demás y creernos superiores a ellos». Da en la diana el autor de La paz interior: cuando se es pobre de espíritu, siempre se es agradecido. No se considera nada como debido, por aquello de que «porque me conozco, me temo»; cualquier bien que haya en nuestra vida es, casi siempre, un regalo. Y eso alimenta nuestro agradecimiento. Cuesta aceptarnos en nuestra fragilidad, en nuestra debilidad; con nuestros borrones. Ser humilde en la relación con uno mismo es todo un reto. Sin embargo, por ahí, por ahí van las cosas. Por ahí llega la felicidad. Por donde no se espera. La pregunta sería: ¿por qué tenemos esta tendencia a apropiarnos de dones que no son nuestros, para hinchar nuestro ego? De esta necesidad permanente de reconocimiento y autobombo; de que nuestra vida y nuestra persona estén siempre sobrevaloradas a nuestros propios ojos y ante los de los demás. Todo vale, para amplificar y alimentar el ego, que es «el mayor falsario» como bien advierte el gran Ramiro Calle. Al ego no le basta con nada. ¡Cuántas veces no hemos escuchado, aquello de que el mayor negocio del mundo sería comprar a una persona por lo que realmente vale, y venderla por lo que cree que vale! Pues bien, la respuesta la da Jacques Philippe, en La felicidad donde no se espera: la experiencia de Dios. Regresar a esas verdades eternas que algunos se empeñan en arrancar de cuajo, ante la pasividad de tantos.
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