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Una excursión improvisada
Ni aún buscando hacer una excursión de aventuras, nos hubiera salido tan redondo.
Era un sábado por la mañana, en Roma hacía un día fantástico, soleado, templado sin ninguna nube. Era perfecto, no pasaban de las 10 de la mañana y decidimos ir rumbo a Capranica Prenestina, no sé por qué algunos nombres como este, me hacen sentir como cosquillas, me gustan. Capranica Prenestina está a 60 km. del centro de Roma. Nos tomaría una hora llegar al pueblo y subir la colina para visitar el Santuario de la Mentorella. En Italia hay infinidad de sitios sacros, pero este en particular tiene el atractivo que el Papa Juan Pablo II lo visitó dos días después de haber sido elegido Sumo Pontífice. Dicen que es un sitio tan particular que te sobrecoge y te lleva directamente a la reflexión y al pensamiento. Tan sólo con estos datos, estaba claro que había que ir y si se pudiera almorzar en un espacio tan espiritual como lo describían, qué mejor.
Arrancamos felices y relajados, la carretera estaba despejada. Disfrutamos del paseo.
¿Qué fue lo que sucedió para que una excursión que pintaba tan relajante cambiara a un viaje de aventuras?
¡Ay amigo! si uno pudiera ver por un agujerito lo que puede suceder en los próximos minutos de cada momento de nuestra vida, muchas cosas no sucederían...
Llegamos al pueblo de Capranica. Los paisajes de la carretera eran preciosos. Se iba viendo todo el valle verdísimo con las colinas del fondo plagadas de casitas de campo, el cielo a estas alturas estaba un poco nublado y la temperatura exterior era de 10 grados, bastante normal si hablamos de esta estación del año a una altura de más de 1.000 metros.
Preguntamos en la plaza principal por donde se iba al Santuario de la Mentorella, nos indicaron que por la calle del fondo, y allí que fuimos.
Nos seguía pareciendo un viaje de lo mas agradable y a estas alturas ya íbamos pensando en el aperitivo que tomaríamos arriba en donde seguramente íbamos a encontrar una terraza con vistas increíbles, o sea un planazo. También sabíamos que podríamos encontrar un lugar bueno para almorzar, y justo cuando hablábamos de eso, todo empezó a cambiar.
La temperatura exterior empezó a descender poco a poco pero nada para asustarse, seguimos recorriendo la carretera de curvas y ya se veían algunos restos de nieve, un paisaje verdaderamente idílico.
Curva tras curva, los pequeños restos de nieve se fueron convirtiendo en espacios de nieve en la montaña, empezaron a caer trozos de agua nieve en el parabrisas y el ambiente dentro del coche empezó a ser un poco tenso. Mi marido me comentó que era difícil que con 9.5 grados fuera se convirtiera en una carretera complicada para conducir y asentí, pero poco nos duró la tranquilidad de seguir el trayecto, en poquísimos minutos empezó a transformase el paisaje en el típico momento que se dice ¿qué hacemos?, estamos a poquísimos metros de llegar al santuario, ¿seguimos?.
Decidimos dar marcha atrás, un poco desolados y asustados, lentamente descendimos hasta el pueblo que habíamos dejado unos minutos antes pero todo había cambiado, era otro paisaje, blanco por la niebla y con la nieve de fondo.
La cosa no terminaba aquí, sino que había que buscar un sitio en donde tomar algo para restablecer la sensación de calma, y por supuesto, un sitio en donde comer.
Bajamos un poco más y encontramos una finca con las puertas abiertas pero con un sendero de barro que parecía resbaloso, decidimos lanzarnos y encontramos (por decir algo en una situación de miedo) “el paraíso”
Al final hemos comido rico y encima hemos conocido parte de la historia de los acueductos romanos que se remontan al segundo siglo antes de Cristo.
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