Ciencia

Azul de Prusia, el desconocido elemento que combate la radiación

Nacido accidentalmente como un pigmento en el siglo XVIII, es hoy un aliado imprescindible en medicina y uno en la lista de medicamentos esenciales de la OMS

Azul de Prusia, el desconocido elemento que combate la radiación
Azul de Prusia, el desconocido elemento que combate la radiaciónFreepik

Puede que lo hayas visto en alguna obra de arte clásica o en un pigmento de acuarela, pero el azul de Prusia, el color, es mucho más que una herramienta de pintores. De hecho, este compuesto químico, cuyo nombre técnico es ferrocianuro férrico, es una de las armas más eficaces que tiene la medicina para combatir la contaminación por ciertos elementos radiactivos.

Aunque lo asociamos con su característico color azul profundo, el azul de Prusia es, sobre todo, un compuesto químico muy estable. Se descubrió en el siglo XVIII por accidente, cuando un fabricante de tintes intentaba crear un rojo intenso y acabó obteniendo este azul oscuro por una reacción inesperada entre compuestos de hierro. Actualmente, este compuesto forma parte de la Lista de Medicamentos Esenciales de la Organización Mundial de la Salud (OMS), una especie de “kit de imprescindibles” para cualquier sistema sanitario del mundo.

Un pigmento que salva vidas

El azul de Prusia es especialmente útil en casos de intoxicación por metales pesados como el cesio-137 o el talio, ambos extremadamente tóxicos para el cuerpo humano. No se trata de una cura mágica, pero sí de una herramienta muy eficaz: este compuesto atrapa estos elementos en el intestino y evita que el cuerpo los absorba. Luego, se eliminan de forma natural, reduciendo su permanencia en el organismo y, por tanto, su daño potencial.

En números: sin tratamiento, el cesio-137 puede tardar hasta 110 días en salir del cuerpo. Con azul de Prusia, ese tiempo baja a unos 30 días. En el caso del talio, se pasa de ocho a solo tres días. En situaciones de exposición grave, como accidentes nucleares o contaminación ambiental, este detalle puede marcar la diferencia entre una recuperación rápida o complicaciones a largo plazo.

Goiânia: el accidente que lo cambió todo

Un ejemplo real y dramático de su uso ocurrió en 1987 en Brasil, en la ciudad de Goiânia. Una vieja clínica abandonada fue saqueada y un equipo de radioterapia con cesio-137 quedó en manos de personas sin formación. Lo que al principio parecía una sustancia brillante y curiosa, incluso algunos jugaron con ella pensando que era polvo mágico, terminó provocando una grave contaminación y la muerte de varias personas. El azul de Prusia fue clave para tratar a los afectados y reducir los niveles de radiación interna.

Pero no sólo sirve para casos extremos. En el día a día de hospitales y laboratorios, este compuesto también es muy utilizado. En medicina forense, por ejemplo, es una herramienta habitual para detectar la presencia de hierro en tejidos humanos, gracias a la conocida “tinción de Perls”. Es una prueba clave para diagnosticar enfermedades como la hemocromatosis, donde el cuerpo acumula demasiado hierro.

Además, el azul de Prusia se sigue utilizando como marcador de intoxicaciones por plomo, un problema todavía vigente en algunas partes del mundo donde los sistemas de agua o los productos de consumo aún contienen trazas de este metal.

A día de hoy, se produce en laboratorios farmacéuticos bajo estrictas condiciones de seguridad. En Estados Unidos, la FDA lo aprobó con el nombre comercial de Radiogardase y forma parte de las reservas estratégicas del país en caso de ataque nuclear o accidente radiológico.

Poco conocido fuera del ámbito científico, el azul de Prusia demuestra que la ciencia a veces encuentra soluciones en los lugares más insospechados: un color inventado por accidente que, tres siglos después, se ha convertido en un medicamento esencial. Contar con este tipo de recursos puede marcar la diferencia. Y aunque nadie espera necesitarlo, saber que existe y está disponible es, cuanto menos, tranquilizador.