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Recuerdos

Principio y fin

Vienen bien estas efemérides para rebuscar en nuestro disco duro mental recuerdos que pueden estar almacenados en lo más profundo

Vienen bien estas efemérides para rebuscar en nuestro disco duro mental recuerdos que pueden estar almacenados en lo más profundo, sin embargo, no es éste para mí (supongo que para muchos tampoco) el caso con Beethoven. Andaba yo en la pubertad, escuchando «Il mondo» con Jimmy Fontana, «La mamma» con Aznavour o «Downtown» con Petula Clark cuando, al hacer en la radio lo que hoy denominamos «zapping», sonaba en una emisora una música que me obligó a dejar de mover el dial y escuchar. Me quedé prendado: era el primer movimiento de la «Novena» beethoveniana en una retransmisión en vivo dirigida por Karajan –para mí entonces un desconocido– con la Filarmónica de Berlín. La escuché hasta el final, con su impactante «Oda a la alegría». Aquello, junto a una «Casta diva» de Caballé, unas arias de la «Pasión según San Mateo» y el final de «Rigoletto» me sumergieron en la música clásica. Beethoven fue un principio para mí.

No he dejado después de admirar a Beethoven, que, junto con Bach y Mozart, conforman mis «inseparables». Son muchos los recuerdos con sus obras: las sonatas para piano con Arrau o conciertos con un magnético Rubinstein, una perfecta «Hammerklavier» con Pollini en Salzburgo, los conciertos para violín con Szeryng o Menuhin... Pero hay dos que, por lo anecdótico, me resultan inolvidables. Giulini dirigió en febrero de 1979 con la ONE la «Séptima». Era uno de mis directores favoritos y la ocasión, única. En su célebre «allegretto» me entró un ataque de tos, posiblemente nervioso, que me obligó a salir de la sala. Afortunadamente pude incorporarme al tercer movimiento. Recuerdo una «Missa Solemnis» cuando al etéreo canto de la soprano Lucia Popp se le unió el maullido de un gato cobijado en los conductos de ventilación del Auditorio Nacional.

Pero queda algo sobre Beethoven aún más significativo en mi vida y que muy pocos conocen. Jamás he querido escuchar de su música de cámara los tríos, cuartetos y quintetos. La música de cámara es aquella donde el compositor, desnudo de artificios, puede mostrar mejor su genio. Por siempre he deseado que ese Beethoven sea mi última música. Algo tenemos que dejar pendiente para la sorpresa y el goce. Siento que cada día se halla más cerca su momento y esta maldita pandemia, con sus restricciones a las obras de grandes plantillas, lo está acelerando. Beethoven, principio y fin.