Tokio

Bienvenido míster COI

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Los viajantes; por María José Navarro

Se pasan dos semanas lejos de casa con una pandilla de señores de otros países, como en los chistes de un español, un francés y un alemán.

Ya se han ido de Madrid los de la Comisión del Comité Olímpico Internacional y yo casi que estoy como aliviada, qué quieren que les diga. Ya sé que se supone que son jueces implacables con estilo Rottenmeier y en dos ocasiones anteriores nos han dejado por otra, pero no me negarán que lo de esta gente es duro, muy duro. Pónganse en su lugar: cada dos por tres se pasan dos semanas lejos de casa con una pandilla de señores de otros países, como en los chistes esos de un español, un francés y un alemán. El viaje, además, no es para tumbarse al sol y beber sangría, sino que es principalmente para escuchar ponencias y ver obras. A ver, delegados: mañana a las siete en planta, desayuno a las ocho junto a la Botella y su calculadora de números gordos; a las nueve, cinco horas de ponencias sobre lo bien que hacen las cosas los lugareños. Comida frugal y luego, sin tiempo para la sobremesa, a ver las obras del canal de piragüismo de turno, que viene siendo una poza llena de lodo a la que hay que acceder con botas de agua y un mono blanco ridículo, que será portada mañana en todos los periódicos del país.

A los pobres ya no les ha hecho gracia ni ir a la Peineta y ver a Enrique Cerezo con casco sobre ese pelo hormigonado, que bien pensado merece el viaje. Menos mal que en Madrid, como vienen tanto, ya se encuentran casi como en casa y ya deben de tener sus bares de cabecera y sus anécdotas para comentar por las noches después de una agotadora jornada de trabajo. «¿Te acuerdas cuando la Tomasa sacó a Günter a bailar bulerías hace cuatro años?». Señores del COI: dennos los Juegos Olímpicos, vénganse «pa Madrí» y verán qué risas todos.

Las reglas del juego; por Lucas Haurie

Es imposible jugar este partido con una mínima opción de victoria sin someterse a unas reglas que nada tienen que ver con el «citius, altius, fortius».

Corrupción. Es la primera palabra que se viene a la cabeza cuando uno piensa en que del voto libérrimo (vale decir arbitrario) de menos de 200 jerarcas dependen cientos de millones de euros, miles de puestos de trabajo y el prestigio colectivo de una nación. Todas las elecciones de sede de los Juegos, del Mundial de fútbol de Rusia y Qatar mejor ni acordarse, se efectúan bajo sospechas. Algunas, confirmadas documentalmente con el paso de los años, una vez que las candidaturas corruptoras y los electores corrompidos han logrado su propósito. Se emplea un piadoso eufemismo, «hacer lobby», como confirmación de que es imposible jugar este partido con una mínima opción de victoria sin someterse a unas reglas que nada tienen que ver con el lema «citius, altius, fortius». El currículo turbio de muchos miembros del COI invita a añadir «mangantius».

Hay una parte buena, sin embargo. En materia de manejos fulleros, de silbar y mirar al techo mientras se comete una barrabasada, España se pinta sola. Es verdad que andamos cortitos con sifón de dinero en este momento concreto de nuestra historia, pero ni Tokio ni Estambul nos pueden dar lecciones en el innoble arte de convertir la visita de un evaluador en una estancia en el edén, donde ningún placer está vedado. Los más finos llaman a eso «savoir faire», pero Gil y Gil, refiriéndose a un árbitro de la UEFA, lo explicó mejor: «Si quiere yegua, yegua. Y si no, caballo». Se han ido contentos estos currantes incansables, igual de contentos que hace cuatro u ocho años; ahora todo depende de la cantidad que las administraciones estén dispuestas a invertir en la consecución de los Juegos. Corresponde al Gobierno determinar cuáles son las prioridades.