Entrenadores

El Athletic, del mismo Bilbao

El Athletic, del mismo Bilbao
El Athletic, del mismo Bilbaolarazon

Un final feliz; por María José Navarro

Desde mi abono del equipo que un día fue filial, los envidio. La afición de este magnífico club tiene la última palabra y puede decidir con su voto.

Ramón de Arancibia y Lebarri, Ignacio y Ricardo Gortázar y Manso y Manuel de Goyarrola y Alderna no consentirían que servidora estuviera al otro lado de la página. A estos estudiantes vizcaínos debe una la alegría de tener un equipo en Madrid con rayas rojas y blancas, un equipo que al principio fue filial del Athletic y al que profesa, por lo tanto, respeto infinito. Más allá de obligaciones morales y de admiraciones sinceras, sería inútil esquivar los problemas por los que pasa ese club histórico y ejemplar. El mandato de Urrutia está siendo convulso y polémico, y sobre todo doloroso por la fractura que se ha establecido entre la grada y el césped, entre los socios y algunos de sus jugadores estrella. Ni el presidente ha sabido gestionar bien los tiempos, los modos y los legítimos anhelos de cambio de algún futbolista (de dos, para ser exactos), ni estos futbolistas se han comportado de acuerdo con las reglas no escritas que aprendieron en el Athletic. Uno se fue de noche y volvió para saltar una valla, y el otro ha despreciado a un equipo donde aprendió a atarse las botas. Para colmo, en medio está Bielsa, que más que loco, vuelve loco lo que toca. Afortunadamente, la afición de ese magnífico club tendrá la última palabra y podrá decidir con su voto. Lo hará, como siempre, sin dejarse engañar, sin permitir manipulaciones ni chantajes emocionales, con la seguridad de que los bandazos y el oleaje no pueden ni deben romper tantas fortalezas. Desde mi abono rojiblanco del equipo que un día fue filial, les envidio. Tienen en sus manos resolver. Otros, simplemente, permanecemos amordazados contando equivocaciones.

Mancharon la pelota; por Lucas Haurie

En la preciosa sede de Ibaigane reina un señor, Josu Urrutia, empeñado en aplicar las tesis esencialistas de Sabino Arana.

La simpatía que siempre provocó la pertinaz política indigenista del Athletic en toda España (el «Bilbao» en Andalucía: sólo en la provincia de Jaén conserva nueve peñas) se fue diluyendo a medida que el club se convertía en un ariete de la construcción nacional vasca. La política todo lo pudre, y acaso el único legado que permanecerá de Maradona, fuera de sus increíbles habilidades, será el mandamiento de «no manchar la pelota». Pues se ensucia, vaya si se ensucia, porque en la preciosa sede de Ibaigane reina un señor empeñado en aplicar las tesis esencialistas de Sabino Arana. La cruzada de Josu Urrutia contra sus dos mejores futbolistas, sólo por la inequívoca raíz castellana de Martínez y Llorente, es uno de los muchos detalles que propician el rechazo hacia el Athletic Club.

Urrutia accedió a la presidencia del Athletic aupado por el PNV y con un solo punto relevante en su programa: prescindir, por «maketo», de Joaquín Caparrós, el entrenador que había revitalizado una plantilla decadente hasta llevarla a la final de Copa del Rey.

El pasaporte argentino de Marcelo Bielsa fue antepuesto al origen aragonés de su apellido, pero «el loco», que con mucha frecuencia hace honor a su apodo, tuvo la lucidez de aislar a sus jugadores del ambiente politizado generado por la directiva. También ha caído por ello en desgracia y será destituido, más pronto que tarde, para apelar a una solución del terruño; un euskaldun racial que intente evitar el descenso a Segunda con la asistencia del hermano Villar y un fútbol decimonónico de «a mí que los arrollo». El declive es imparable, pero ellos se lo han buscado.