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Muere Luis, el alma de «La Roja»

Víctima de una leucemia, el entrenador que cambió el rumbo del fútbol español con la Eurocopa de 2008 falleció a los 75 años

Casillas y Luis Aragonés, con el trofeo de campeones de Europa
Casillas y Luis Aragonés, con el trofeo de campeones de Europalarazon

Víctima de una leucemia, el entrenador que cambió el rumbo del fútbol español con la Eurocopa de 2008 falleció a los 75 años. >> Artículos de: Vicente DEL BOSQUE, Iker CASILLAS, Pepe REINA; Jabo IRURETA, Enrique CEREZO, ADELARDO, Miguel SAN ROMÁN, Abel RESINO, Miguel ORS, Javier G. FERRARI, Antonio SANZ y María José NAVARRO

Luis Aragonés Suárez, Luis, el míster, «El Sabio de Hortaleza», el inventor de «La Roja», su alma, su método y su carácter, el motivador único, a quien sólo valía el «ganar y ganar y ganar», ha muerto a los 75 años. Fue en la madrugada del sábado, en la clínica Cemtro de Madrid. El cáncer se lo ha llevado por delante, y no le daba importancia. El año pasado, en ese otoñal noviembre que se resistía a la caída de las hojas, después de consultar con tres doctores supo que la fatal enfermedad se había apoderado de su cuerpo, no de su espíritu. «Me han dicho que tengo leucemia», comentó con Pepe Navarro, su representante, uno de sus mejores amigos; lo hizo como de pasada, sin concederle importancia, «¡qué sabrán los médicos!», apostilló.

El diagnóstico no trascendió de la familia y de los íntimos, que ayer, en el tanatorio de La Paz en Tres Cantos, añoraban sus recuerdos, su figura y miles de anécdotas, espolvoreadas entre suspiros, lágrimas rebeldes y sonrisas cómplices.

Antes de dejar huella en la Selección, era un atlético convencido, y entrenador que pasó por los banquillos del Betis, Barcelona, Espanyol, Sevilla, Valencia, Oviedo, Mallorca y, al final del camino, después de la final del Práter, hasta el del Fenerbahçe. Pero no llegó al Madrid, estuvo cerca. Dos veces se reunió con Ramón Mendoza nada más y nada menos que de noche, en el coche y en lugares apartados de la Casa de Campo. Cuando el dasaparecido presidente volvió a citarle en el sitio de siempre para acercar posturas, le espetó: «Ramón, aquí, nunca más. Imagínate la que se puede armar si se acercan los Municipales y nos piden la documentación...».

Sufría leucemia; callaba. Era su enfermedad y trató de ocultarla, con bastante éxito, por cierto. Le invitaron los veteranos del Atlético a la comida de Navidad, le llamó Pepe Navarro y se disculpó: «He quedado con el fisio, me duele la espalda. No es nada. Un problemilla. Ya te dolerá cuando seas mayor». Tampoco acudió a la cita navideña de la Federación Española de Fútbol. Un mes más tarde, el pasado 20 de enero, volvió a llamarle Pepe Navarro, siempre él, para invitarle a su cumpleaños. «Lo siento, Pepe, no me encuentro bien». El 1 de febrero falleció en Madrid, sin haber dado pistas. Muy suyo.

Su desaparición, repentina, ha causado estupor y sorpresa; «Ha sido un mazazo», intenta explicarse su inseparable Miguel San Román. Y ha llenado de pena y dolor no sólo a Pepa, su viuda, a su hijo, a sus cuatro hijas y a sus 11 nietos, también al mundo del fútbol. Veteranos del Atlético, perplejos y afectados; sus jugadores de «La Roja», entristecidos. «El desenlace fue casi vertiginoso», cuentan los allegados en el tanatorio. Las muestras de dolor, infinitas. Luis no pasó inadvertido, ha dejado huella y el sello de la Selección.

Es de perogrullo decir que sabía de fútbol, pero es que sabía de fútbol. Cuando, procedente del Betis, llegó al Atlético acompañado por Colo y Martínez, el equipo apreció el liderazgo de Luis, que un día de 1974 pasó en 24 horas de futbolista a entrenador. Vicente Calderón le llamó para decirle que si se veía capaz de relevar a Juan Carlos Lorenzo. Aceptó. Sin transición, cambió el pantalón corto por el chándal y el tratamiento a sus compañeros, de tú a ustedes. Ocurrió el mismo día en que José Luis Garci iniciaba su carrera cinematográfica. Había pedido el cineasta permiso para rodar la escena de un penalti, con Irureta de lanzador, y se encontró el día de la filmación en el Manzanares con un entrenador nuevo. Bien puede decirse que la carrera de Luis como técnico y la de Garci como director de cine comenzaron el mismo día. Paulatinamente, ambos fueron cosechando éxitos y ahora, en la recta final, iban a rodar otro documental juntos, en el que el entrenador era principal protagonista. Toda una vida... No ha habido tiempo.

Meses atrás, ensayó Luis la despedida de los banquillos. Había recibido jugosas ofertas para entrenar en países árabes; no las aceptó. No estaba dispuesto a salir al extranjero; sólo le atraía, y no plenamente convencido, hacerse cargo de algún equipo español. Su nombre sonó más que las intenciones. Sus conocimientos eran tan valorados como su experiencia o su carisma; pero nada cristalizaba. La carrera estaba hecha, forjada con rotundos éxitos, como aquella Copa Intercontinetal del 75. No fue la suya la suerte del novato. Estaba predestinado, nada más y nada menos que a cambiar el rumbo del fútbol español.

Luis propició el estilo de la Selección. No fue fácil; pero dio los pasos necesarios para conseguirlo. Cuando España fue eliminada por Francia en el Mundial de Alemania (2006), de regreso a casa dijo a los jugadores: «No se vengan abajo, que esto no ha hecho más que empezar. Conseguiremos lo que nos propongamos». La Eurocopa de 2008 de Austria y Suiza fue el espaldarazo. La «condición física de base», que era el punto fuerte de selecciones como la de Francia, aquella que impresionaba con figuras de ébano como Vieira, Thuram o Desailly, pasó a un segundo plano cuando «El Sabio» apostó por el talento de Xavi e Iniesta, por Senna, Torres y Villa, por Ramos o Marchena, que recuerda: «Era el único que creía en nuestras posibilidades». Eligió a los jugadores que creyó convenientes; prescindió de otros, como Raúl, y obvió el gran debate nacional. Se salió con la suya. «La Roja» enamoró con su fútbol y venció. Luis, lo hiciste, lo conseguiste, descansa en paz.