Grand Slam
Nadal, un héroe en la derrota
Lastrado por problemas en la espalda, peleó pero no pudo evitar el primer «Grande» de Wawrinka.
Para Stanislas Wawrinka fue el Abierto de Australia, el título, y para Nadal, una derrota que le hace aún más legendario. El primer «Grande» del suizo llegó en un ¿partido? raro, rarísimo. Todo estuvo condicionado por un gesto que realizó Rafa en un saque durante el peloteo. La espalda se le «quedó clavada» y en el comienzo del segundo set la zona lumbar gritó basta. A Rafa le dolía tanto la espalda como el alma. A partir de ahí se trataba de comprobar cuánto tiempo era capaz de resistir. Lo hizo más de lo imaginado. Ganó el tercer set y peleó hasta que la realidad le estropeó un sueño imposible. «Stan» se llevó el título con una hora de retraso porque el español no entiende de rendiciones.
Wawrinka ha hecho un torneo extraordinario y ese momento lo prolongó durante el primer set de la final. Hizo todo lo que tenía que hacer. Sacó como llevaba haciéndolo dos semanas, dominó desde el fondo de la pista, abrió ángulos con su revés y se atrevió a ir a la red con una osadía desconocida. Nadal trató de cobijarse de la tormenta, pero había algo más. Estaba el latigazo que había sufrido en la espalda, algo que sólo él y su palco conocían. Hubo detalles para sospechar que algo no iba muy bien, al margen de lo que se veía sobre la pista. Rafa perdió tres bolas de «break» en el noveno juego y al desaprovechar la tercera golpeó con el puño el cordaje de la raqueta. Algo no marchaba.
En el arranque del segundo set reventó. «Era un partido bonito y yo venía jugando bien, sabía encontrar soluciones para luchar al límite...», comentó el número uno del mundo. Pero cayeron once puntos seguidos para el suizo y Nadal tuvo que marcharse a los vestuarios. Estuvo más de seis minutos en manos del fisioterapeuta y «Stan», sentado, se desquició. Estaba jugando el partido de su vida y el parón podía romperle el ritmo. El suizo se puso impertinente con el juez de silla reclamando una información que no estaba obligado a darle. Cuando Rafa regresó a la pista, el número uno del mundo se había quedado en los vestuarios. Su primer saque viajó a 125 kilómetros por hora. Rafa no se podía desplazar. Estaba completamente desactivado. Servicios a 124, a 133, 123... La imagen resultaba dramática. Olvidó hasta el rito de los saques. No se secaba el sudor, botaba una vez la bola y gracias, no se estiraba la goma del pantalón. Rafa no era Nadal. Y Wawrinka se limitó a aprovechar las facilidades, aunque desaprovechase dos bolas de set. Fue una pista de la esquizofrenia en la que cayó el jugador suizo en el tercer set.
Si el español estaba disminuido, a «Stan» se le olvidó de repente lo de jugar al tenis. Cada golpe suyo era una rifa. A Rafa le hizo efecto la medicación y como no podía permitirse largos intercambios se puso en modo kamikaze. Lo atacó todo, los servicios cogieron una velocidad normal –en torno a los 160-170 kilómetros por hora– y Rafa entró en la pelea porque su rival se lo permitió. «He dado todo lo que tenía en la pista, no tenía más. No puedo hacer nada más que irme a casa tranquilo porque he hecho todo lo que he podido. No he competido como me hubiera gustado», reveló Nadal. Y ese instinto competitivo, ese afán de supervivencia le llevó a forzar el cuarto set. Quedaba por comprobar si el ridículo de Wawrinka se prolongaría más o no. Era imposible. Es el número tres del mundo porque en su raqueta hay mucho tenis. Rafa nunca dejó de pelear. Sumó tres juegos más y no le quedó otra que resignarse. «La mala suerte me ha tocado a mí», aseguró. Nunca había tenido una situación similar. En Montreal, como confesó luego, tuvo avisos, pero nunca había tenido molestias tan incompatibles con el tenis y en un momento tan inoportuno. «Siento haber terminado así», dijo dirigiéndose al público. Pocas veces una derrota hizo tan grande al perdedor.