Argentina
Pasión mal entendida
La pasión no se puede disimular en Argentina y la violencia tampoco. La necesidad de demostrar el odio al rival está por encima de la felicidad por las victorias propias. En ese clima se vive este final de la Libertadores, en un país que tenía miedo de no estar a la altura como sociedad y está ofreciendo su peor cara a todo el mundo.
Tres Fuerzas de Seguridad, una local y dos nacionales, no consiguieron contener a los 76.000 espectadores ni la violencia de los grupos de barras bravas. Unos cuantos destrozaron los cristales del bus de Boca y esto dio paso al caos.
La Conmebol amenazó con la descalificación de Boca y River, pero finalmente, tras intentar retrasar el inicio presionados por los intereses televisivos, decidieron aplazar el partido a hoy. Todos los espectadores insultaron al unísono la decisión, aunque era lo mejor porque había gente que llevaba horas en las gradas y había pasado la noche anterior durmiendo en las puertas del Monumental.
El regreso a casa fue una batalla campal con robos y cargas policiales. Hoy, el fanatismo se renovará y ojalá que no vuelva a triunfar.
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