Wimbledon

La historia interminable

El sudafricano derrotó en un agónico partido al estadounidense John Isner, por 7-6 (6), 6-7 (5), 6-7 (9), 6-4 y 26-24 en seis horas y 36 minutos

Kevin Anderson celebra su victoria ante John Isner / AP
Kevin Anderson celebra su victoria ante John Isner / APlarazon

El sudafricano derrotó en un agónico partido al estadounidense John Isner, por 7-6 (6), 6-7 (5), 6-7 (9), 6-4 y 26-24 en seis horas y 36 minutos.

Una locura en Londres. Un partido eterno, que parecía que no tenía fin, el segundo más largo en la capital del tenis: 6 horas y 36 minutos agónicos para que Kevin Anderson se convirtiera en el primer finalista de Wimbledon. 26-24 a favor del surafricano ante John Isner en el quinto set. Cansa sólo escribirlo, pues imagínense jugarlo... Sólo el mítico 70-68 en la manga definitiva de Isner (sí, otra vez él) contra Mahut en 2010 lo supera. Duró 11 horas y cinco minutos.

Se esperaba un duelo de sacadores, y así fue. Pero terminó siendo un partido histórico y que vuelve a plantear el debate de si no habría que poner «tie break» también en el quinto set. Isner acabó «muerto». En realidad, las últimas dos horas apenas podía moverse con facilidad, pero apoyado en su gran servicio se resistió una y otra vez a lo que parecía inevitable. Los cuatro primeros sets se desarrollaron de una manera más o menos esperada. Un primer «tie break» para Anderson, un segundo y un tercero para Isner y el cuarto resuelto con un par de rupturas del surafricano por una del norteamericano. Los servicios se imponían. Bomba a bomba. ¡Pum! Restar era complicado entre dos tenistas que superan los dos metros.

Como en la quinta manga no hay desempate, de seguir así, se temía lo que finalmente sucedió. Empezó sacando primero Isner, por lo que era Anderson el que tenía que soportar la presión, llegados al momento definitivo, de que si perdía su saque se le iría el partido. No dudó mucho. Sólo una vez se puso Isner 40-40, con 9-8. A dos puntos de la victoria. Pero no pasó de ahí. Era Anderson el que más se acercaba a la ruptura. Primero 0-30, un resultado que repetiría en muchas ocasiones, para ver como siempre (menos en la última) le remontaban. Después un 30-40. Incluso más tarde un 15-40. Pero nada. El gigante con la gorra dada la vuelta sacaba el cañón y acababa con los problemas. Lateralmente apenas se podía mover. Hacia delante, hacia la red, algo más. Pero resistía. También Anderson notaba el agotamiento. Se le notaba simplemente al andar. Así, se llegó al 24-24. 0-15 para Anderson y, a continuación, el punto del partido, uno de esos tantos que se recordarán muchos años. El surafricano se resbaló, Isner dudó y le tiró una bola blanda, su rival se levantó, cogió la raqueta con la mano izquierda, la mala suya, y consiguió devolver la pelota, pasarla al otro lado y sumar. «Mi padre me enseñó desde niño que si me caigo, me tengo que levantar», dijo el tenista de Johannesburgo. Otra vez estaba 0-30. Ya no perdonó más. Con la ruptura, confirmada después con su servicio, se hizo con la victoria.

Apenas sabía cómo celebrarlo. No saltó. Quizá tampoco tenía fuerzas para ello. Se llevó la manos a la cabeza y se fue a abrazar con su rival. Después sí le quedó energía para firmar unos autógrafos a los aficionados, y más tarde, ante la prensa, las primeras palabras costaron en salir. «Pido perdón porque no puedo analizar el partido. No sé si merecí ganar o no, porque hubo que hacer tantas cosas...», acertó a decir. Tiene un día para recuperarse.