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David Álvarez, en el espacio infinito

La Razón
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Hay noticias que no sólo te sorprenden, sino que además te llenan de tristeza, cómo ha sido la muerte de David Álvarez Díez, hombre hecho a sí mismo y con una trayectoria de esfuerzo y superación que pocas personas lo logran a lo largo de su vida. Fue un luchador en defensa de su numerosa familia, por la que hizo todo tipos de esfuerzos para sacarla adelante con la lucha que supone empezar con muy poco e ir alzando vuelo lentamente hasta llegar al espacio infinito del trabajo y la creación de riqueza. Mi mente no avanza mas allá de los años setenta, cuando fundó Limpieza El Sol y consiguió que el personal de plantilla del Banco Central pasara con el mismo fin y la misma antigüedad a una de sus primeras empresas de limpieza.

También eran mis primeros años en el Banco Central, y observé su capacidad para hacerse con empleadas cuya antigüedad en el banco en muchos casos superaba los veinte años. Hizo su gran apuesta y en pocos años comprobó todo el personal dedicado a este fin que su trato y situación habían superado en derechos y bienestar el que gozaban en el Banco antes de pasar a Limpieza El Sol. Ahí lo conocí, en esa negociación junto a su equipo. Posiblemente su sinceridad y su talante sencillo y cercano convencieron a todo el personal que en los años setenta dejaba un banco para apostar por una empresa como la suya. Muchos años después, aquellas personas que yo seguí tratando, no como compañeras del Banco Central sino como empleadas de Limpieza El Sol, se sentían orgullosas de haber dado ese paso, y de ahí mi admiración por una persona tan cabal y humana que cumplió a rajatabla todo cuanto prometió de palabra.

Después la vida avanzó de tal manera qué David Álvarez crecía y crecía y casi de la nada, con los inicios de aquella primera academia, logró, pasados muchos años, dar empleo a más de cien mil personas en el mundo, no sólo con su empresa Eulen sino con un gran conglomerado al que ha dedicado su vida y su vitalidad, y desde hoy el recuerdo marcará su historia firme y leal.

Ya digo que pasó el tiempo y aquel hombre de poco más de cuarenta años, que yo conocí en la negociación de los años setenta con el Banco Central, fue también creciendo en todo y sin olvidar nunca sus raíces y lealtad hacia el trabajo bien hecho y su sensibilidad social acompañada de un perfil bajo, que sólo los grandes saben conservar hasta que desaparecen.

Y como digo, pasó mucho tiempo, y mi admiración por él culminó en sencilla relación de amistad a través de nuestras largas conversaciones y que propiciaron tanto Ángel David como María José, sus hijos, a los que tanto aprecio y quiero y son, por cierto, a los únicos que he conocido. Su felicidad a veces ha dependido de los fallos judiciales, en los que no entro por no ser ni parte ni contraparte. La Justicia le dio la razón en todas las instancias, aunque la vida se la haya negado sin haber podido ser feliz del todo, pues los años y los gestos marcaron en él un triste devenir de ausencia que le hizo acabar, con tristeza, el inicio de un gran proyecto que lanzó muy joven. Quizás lo hicieron más viejo que el paso del tiempo.

Ha quedado pendiente la comida que íbamos a tener los dos para hablar de aquellas cosas pequeñas de ayer que volvían a florecer con el entusiasmo de nuevos proyectos. Siempre, como padre ejemplar, esperó de la vida y de las gentes lo que él siempre dio a manos llenas, mientras en su silencio repasaba el guión de su trayectoria para encontrar aquello que pudo hacer mal y tratar de rectificar para lograr el final feliz con el que siempre soñó desde su adolescencia, desde aquella academia que fundó pensando en lograr algún ingreso más para sacar adelante una familia tan numerosa.

Hablar de David Álvarez es una gran satisfacción para mí, a pesar de haber mantenido una corta relación de amistad y cariño, y que siempre han propiciado dos de sus hijos, Jesús David y María José, a los que con gran respeto les agradezco esta intromisión en el seno familiar en el que me ofreció una silla para compartir su mesa cuantas veces quisiera. Hoy les acompaño a ellos y sus familiares en el dolor y en la sensación de haber hecho lo que han podido para hacer feliz a su padre...

Cuando alguien se va, sólo puedes pedirle que descanse en paz, y nunca se busca nada que no sea su recuerdo, su fuerza, su empeño en hacer algo distinto cada día que sale el sol, hacer feliz a la gente dándole la seguridad en el trabajo y en el cobro de sus salarios. Conozco a muchos leales de la empresa que han dado lo mejor de su vida por el proyecto que ya camina solo.

Han existido y existen muchas personas con el espíritu y las formas de David Álvarez, también como dijera la canción, algo se ha muerto en su alma... Ese gran grupo de empresas hoy estará de luto, como también lo estamos todos cuantos hemos querido, de alguna manera, a una persona tan inteligente, leal y capaz que se va con la satisfacción de los justos y la soledad de los injustos.

Como dijo el poeta: el tiempo y el olvido son las únicas cosas que nunca tienen fin, pero yo aun diría más, el tiempo hace que el olvido nos acerque más a todos aquellos que ya no pueden volver y cuya trayectoria en silencio queda escrita en el álbum familiar y en la memoria, sin importarle quien se cuelgue las medallas...

David Álvarez floreció siempre allí donde se plantó y no hizo nunca mas ruido que el necesario para respirar. La vida y sus circunstancias a veces le quitaron más de lo que le dieron, pero él supo aguantar con prudencia esa expresión sin nombre que le caracterizó sabiendo que el bien no hace ruido y el ruido no hace bien. Nos queda la comida pendiente y cuando sea posible cumpliremos nuestro compromiso para celebrar una nueva etapa en nuestra proyección al espacio infinito...

*Abogado