Trabajo

El trabajador con más años cotizados en España

Juan José Fernández empezó a trabajar a los 13 años porque «la situación familiar me obligó». Ya lleva 68 y no piensa en jubilarse

Juan José Fernández empezó a trabajar a los 13 años porque «la situación familiar me obligó». Ya lleva 68 y no piensa en jubilarse
Juan José Fernández empezó a trabajar a los 13 años porque «la situación familiar me obligó». Ya lleva 68 y no piensa en jubilarselarazon

Juan José Fernández empezó a trabajar a los 13 años porque «la situación familiar me obligó». Ya lleva 68 y no piensa en jubilarse

Juan José Fernández saluda a cada persona que entra en su tienda, una de las pocas peleterías que sobreviven en Madrid. Todo el mundo le conoce, entre ellos Carlos, el chico que reparte panfletos del restaurante de al lado. «¿Cómo te va, chico?», le pregunta el propietario. «Bien, sólo venía a saludarle, don Juanjo». En menos de quince días cumplirá 81 años, de los que 68 los ha dedicado al trabajo. Es uno de los hombres que más años han cotizado a la Seguridad Social, si no es el que más. Y no tiene ninguna intención de jubilarse. «Mientras no me falte salud, sé que aún me quedan muchos años». Y es que don Juanjo, como le llaman todos sus empleados, ya se visualiza trabajando más allá de los 90. Siber, su peletería, es su segundo hogar, por eso es el primero que la abre cada mañana y el último en echar el cierre.

La situación social que atravesaba su familia en 1948 es la que le llevó a empezar a trabajar con sólo 13 años. «Fue por necesidad. Mi padre murió con 40 años y mi madre se quedó viuda. Era ama de casa y por eso mi hermano y yo decidimos ponernos a trabajar». Era el único dinero que entraba en casa, así que Juanjo empezó a trabajar en una mercería del centro de Madrid, aunque sólo unos años después tanto él como su hermano cambiaron de oficio y entraron como aprendices en la Peletería Sonsoles. «Entré de ‘‘chico para todo’’. En ese momento era la mejor forma de hacer carrera», recuerda. «Ahora ya no es lo mismo, no se valora la artesanía, no hay aprendices que se decanten por un oficio a una edad tan joven. Los que nos llegan ya son veinteañeros a los que no es tan fácil enseñar. No saben lo que es el sufrimiento y no conocen la disciplina», afirma. A su lado, Juan, el maestro de taller, corrobora cada una de sus palabras. «Es un trabajo duro y los chicos que nos llegan no tienen aguante», cuenta mientras enseña las instalaciones del taller donde cada día arreglan y crean nuevos modelos. Y es que, como afirman los dos, la piel no se pasa de moda, «sólo hay que adaptarla a las tendencias de cada momento». Reconocen que «cada vez son más las nietas que vienen para que les arreglemos los abrigos que heredan de sus abuelas. Les hace ilusión llevar una pieza de su ser querido».

Consuelo es una de las tres hijas de Juanjo, que tras pasar por una gran empresa decidió sumarse al negocio de su padre: «Él es el alma de la empresa. Todos sus empleados le quieren, por eso llevan con él tantos años». Raquel, la más joven, trabaja desde hace 15 en Siber. «Entró cuando sólo era una quinceañera», recuerda Juanjo.

Tras sus inicios como aprendiz de peletero, Juanjo pronto se convirtió en un experto de su oficio y, junto a su hermano, decidió dar un paso más y montar su propio taller de confecciones. Como maestros, empezaron a abastecer de prendas a casi todas las tiendas de Madrid y fue en el año 1966 cuando decidieron dar el gran salto y abrir su propio negocio de pieles. En la calle Preciados 42, a pocos metros de la plaza de Callao. «A los dos nos gustaba mucho el oficio y nos lanzamos a la aventura». Tenían claro el nombre, Siberia, pero cuando fueron al Registro Mercantil tuvieron que cortarle algunas letras: «Ya había una peletería con este nombre en Barcelona y no nos dejaban registrar la nuestra. Tampoco queríamos porque preferíamos tener una identidad propia y optamos por Siber, que también recuerda al frío siberiano», comenta entre risas. Desde el momento en que se lanzó a montar su propio negocio también empezó a conocer el comercio internacional de las subastas de pieles. «Cada año vamos a Copenhague o a Toronto a comprar las pieles en crudo, aunque luego todas las curtimos en nuestras fábricas de España». La lástima, como reconoce Juanjo, «es que todos los animales ahora se crían en granjas».

«Me veo trabajando a los 90»

No sólo van a las subastas, también acuden a las principales citas de moda como París o Milán. «Vamos con nuestros patronistas para que se empapen de los nuevos estilismos, y así pueden reproducirlos aquí». Y es que a la nueva clienta no sólo hay que seducirla con la buena calidad de sus pieles o con diseños únicos, el precio también cuenta mucho. «Los jóvenes os pensáis que no podéis comprar este tipo de prendas, pero estáis muy confundidas». Juanjo se levanta del sofá y empieza a buscar por toda la tienda una que no cueste más de 150 euros. Consuelo le saca una chaqueta de napa, pero su padre quiere una de pelo. Da con una chaquetita corta negra. «Este modelo se lo llevan un montón las jovencitas y muchas nos traen los abrigos de visón de sus madres para que les hagamos dos chaquetas». Juanjo recuerda el caso reciente de una veinteañera que había heredado un chaquetón de piel de zorro, de un color rojizo «muy bonito». Lo cortamos y le creamos una chaqueta. «Se fue encantada».

Y es que para muchas clientas –la mayoría siguen siendo mujeres–, Juanjo no es sólo el dueño de Siber, sino que también es «su estilista». «Muchas no se prueban las prendas si yo no estoy. Se sienten más seguras cuando me tienen cerca», dice con cara de pícaro.

Siber también se conoce en parte de América Latina, especialmente en México. «Al estar en el centro de Madrid, en una calle tan comercial, muchos turistas que pasan por aquí entran para echar un vistazo», cuenta Consuelo. Con los «guiris», Juanjo también congenia. «Hay varias parejas que nos han comprado una vez y, cuando vuelven al cabo de dos años, se compran alguna otra prenda». Es más, asegura que los mexicanos son los que más chaquetas para hombre compran. «Les gustan las de napa y allí se las ponen mucho más que aquí».

Juanjo duplica los años cotizados de muchos españoles y, a pesar de ello, «no planeo jubilarme pronto. Me veo trabajando a los 90, mientras tenga salud...».