Elecciones Generales 2016
Las líneas rojas de los candidatos para el pacto tras el 26-J
El primer fin de semana de campaña LA RAZÓN se reúne con los principales candidatos para pedirles que fijen con claridad los límites que marcarán sus negociaciones a partir del 27 de junio para lograr un acuerdo de Gobierno
Rajoy sólo se ata a la unidad de España y a la creación de empleo; Sánchez lo fía todo al cambio; Iglesias condiciona su apoyo a un plan nacional de transición energética, y Rivera apela a España y a la regeneración democrática.
El PSOE tendrá de nuevo en sus manos tras el 26-J la llave de la gobernabilidad, de inclinar la balanza del lado de las fuerzas constitucionalistas, PP y Ciudadanos, o bien apostar por Podemos y el bloque de izquierdas. Pero con la diferencia de que si se cumplen los pronósticos electorales, y el último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) es muy duro con las expectativas electorales de los socialistas, tendrá que gestionar esa decisión en una posición muchísimo más débil que en la que se encontraba tras las elecciones de diciembre.
Ésta es una campaña en la que toda la atención está puesta en las alianzas postelectorales, y ahí se colocarán todos los focos en cuanto se conozcan los resultados oficiales de los comicios. LA RAZÓN ha estado con los principales candidatos para pedirles que marquen con claridad las líneas rojas infranqueables que tomarán como referencia cuando el próximo día 27 tengan que volver a sentarse a negociar. Estas declaraciones de intenciones no pueden valorarse sin tener en cuenta lo que cada uno de ellos hizo durante los cuatro meses en los que ya vivieron el mismo proceso. Y tampoco sin tener en cuenta que aunque la voluntad de todos ellos es ser los protagonistas de esta segunda ronda de negociaciones, es muy posible que alguno de los liderazgos quede totalmente condicionado por lo que decidan las urnas. Si el resultado se ajusta a lo que anunció el CIS la pasada semana, el desastre socialista no dejará margen para que la actual dirección que ocupa Ferraz, no sólo Pedro Sánchez, aguante con autoridad interna más allá de la noche del recuento. Y si el PP no mejora sus resultados de diciembre, aunque sea la fuerza más votada de nuevo e intente gobernar en minoría, será también inevitable que se abra el debate sobre el liderazgo del partido. Un debate que aunque se silencie oficialmente y no tenga agitación interna sólida, estará forzado, además, por las condiciones que establezcan Ciudadanos y PSOE para dejar paso a un Gobierno del PP. Por cierto, PP y Ciudadanos coinciden en incluir en sus líneas rojas la palabra España, en lo que cabe entender como un mensaje de apoyo a la unidad nacional. Ni el PSOE ni Podemos hacen este guiño. El PSOE se encuentra en una encrucijada, la más difícil posiblemente de su historia desde la Transición. Salvo una sorpresa que no maneja nadie, tendrá que elegir, en cualquier caso, entre el PP o Podemos. Y si ya en diciembre plantear un Gobierno socialista con 90 escaños resultó inverosímil incluso para muchos socialistas, seguir apostando por esa vía si no conservan ni siquiera esos 90 escaños, y con un Pablo Iglesias crecido en las urnas, es ya «un delirio» también para muchos socialistas. En el arranque de la campaña Sánchez se marca una única línea roja en la negociación postelectoral, «el cambio», es decir, el relevo de Rajoy en La Moncloa. Es la condición que ha establecido en la pizarra de los pactos para este periódico. Él habla de «cambio», sin más límites, y en el PP, sin embargo, confían en su debilidad para conseguir la abstención del PSOE en una investidura de Rajoy, objetivo que no pudieron conseguir en diciembre. No sólo el PP maneja ese escenario, porque también dentro de las filas socialistas hay voces que defienden que, tras la repetición de las elecciones, no puede volver a repetirse el espectáculo de las anteriores y que debe dejarse gobernar a la lista más votada. Ahora bien, dar por hecho esa salida es demasiado arriesgado. Si la izquierda suma más que el centro derecha, las tensiones internas serán tan fuertes que está por ver qué solución encuentran para salir del laberinto.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, resuelve la pregunta sobre sus líneas rojas con su cara más social. Tres ideas, la rebaja del IVA, un plan de transición energética y la subida del salario mínimo. No son tres exigencias, en principio, innegociables, y tampoco son las que condicionaron la falta de acuerdo tras las elecciones de diciembre. Si se cumpliesen los pronósticos del CIS, el adelantamiento en votos y escaños de la coalición Unidos Podemos al PSOE, a Iglesias le habría salido redonda la jugada. Mientras que el PSOE no sólo no sacaría nada, sino que perdería mucho de su decisión de bloquear la investidura de Rajoy. Iglesias sigue apostando por su campaña de rostro amable, dulce, dirigida a dinamitar el discurso del miedo a la «izquierda radical».
El lobo que enseñó en la negociación tras las elecciones de diciembre, y que fue muy útil para dinamitar el margen de Sánchez para negociar y, por tanto, ayudó a forzar las nuevas elecciones, es ahora un cordero con aire socialdemócrata. Y aunque hasta en la «cocina» de Podemos asumen que el resultado electoral puede no ser tan alto como el que les da el CIS, «van a por todas» y están convencidos de que cumplirán sus objetivos.
Mariano Rajoy no se sale de su línea ni para establecer las nuevas líneas rojas tras las elecciones. Su campaña está presidida por la continuidad en el discurso, en su programa y en la apuesta por el acuerdo con PSOE y Ciudadanos. Si no mejoran sus resultados, el PP puede encontrarse en la tesitura de tener al alcance un Gobierno en minoría, con abstención socialista y de Ciudadanos, pero sin pacto de gobierno. Es decir, prácticamente imposible de gestionar en el día a día. Pero antes de anticiparse a ese escenario la campaña del PP se marca como objetivo utilizar la fortaleza de Podemos, bendecida por el CIS, para aglutinar voto útil y recuperar votantes que no les apoyaron en diciembre. Hasta ahora todos los sondeos han confirmado que el PP volverá a ganar las elecciones, pero no una mejoría que les aumente los escaños o les coloque en el 30 por ciento de los votos. El reto es grande, y puede afectar también a la estabilidad del liderazgo del partido, aunque la situación no sea ni de lejos comparable a la catástrofe que tiene que conseguir espantar Sánchez. El presidente del Gobierno en funciones solo señala dos límites a su voluntad de acuerdos, la unidad de España y la creación de empleo. Es decir, el modelo constitucional y mantener la política y las reformas que garanticen la continuidad del crecimiento económico. Las cifras de empleo y de crecimiento son, precisamente, uno de los avales a los que apela Rajoy durante esta campaña para pedir que los españoles vuelvan a depositar la confianza en su partido y en su gestión de gobierno y establecer una disyuntiva para el votante: o Podemos o él, «sin otra alternativa».
Por último, Rivera se enfrenta a un escenario político en el que parece que su partido ha tocado su techo electoral sin que muestre signos de rentabilizar en las urnas el acuerdo con el PSOE que le dio tanto protagonismo después de las elecciones de diciembre. Igual que entonces consiguió hacer que pareciesen relevantes escaños que no eran suficientes en ningún caso para formar gobierno, ahora también quiere jugar su papel de partido bisagra. Rivera señala como líneas rojas para llegar a acuerdos la defensa de España, la regeneración y garantizar el futuro. Implícitamente está su rechazo a pactos que necesiten el apoyo independentista y la bandera de la lucha contra la corrupción, en la que sostiene su negativa a pactar con Rajoy.
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