Política
El reto generacional
Acuerdos entre diferentes los ha habido, cesiones y renuncias, también. Pero nunca hubo acuerdos que supusieran compartir un plan de gobierno o el propio gobierno
Acuerdos entre diferentes los ha habido, cesiones y renuncias, también. Pero nunca hubo acuerdos que supusieran compartir un plan de gobierno o el propio gobierno.
Por primera vez, en el Congreso de los Diputados los líderes de los seis grupos parlamentarios más numerosos tienen menos de 50 años. Pedro Sánchez, el mayor, nació en el 1972. Casado tiene 38, Rivera, 40 e Iglesias, 41, sólo se llevan tres años. Santiago Abascal es del 76 y Rufián del 82. Una nueva generación política de entre 37 y 49 años tiene sobre sus hombros la representación que los votantes les dieron en las elecciones generales. Nunca antes una nueva generación política, en exclusiva, había representado al conjunto de la ciudadanía española. Durante la Transición, algunos de los nuevos líderes políticos tenían los mismos años que los mencionados, pero en las bancadas de otros partidos había políticos de otras generaciones. No compartía generación política González con Suárez ni con Carrillo, ni Fraga con Roca.
A pesar de las diferencias generacionales y del abismo ideológico, acrecentado por el enconamiento que generan 40 años de dictadura, políticos de la Transición muy diferentes fueron capaces de llegar a grandes acuerdos. La Constitución del 78 es el ejemplo más emblemático de un pacto histórico que abrió el período de mayor estabilidad, bienestar y progreso de la reciente historia de España. A la Constitución le antecedieron los Pactos de la Moncloa, en el 79, o la Ley de Amnistía, del 77. Todos aquellos hitos supusieron enormes sacrificios políticos y en algún caso ideológicos, y cesiones de una parte y de otra, difíciles de explicar especialmente a los propios. Quizás la coyuntura histórica pueda justificar la enorme generosidad con la que aquellos políticos asumieron su responsabilidad.
A ese período de la historia le siguieron otros con menos acuerdos, pero en algunos casos de gran importancia para el país. El Acuerdo de Madrid sobre Terrorismo de 1987, seguido del Pacto de Ajuria Enea de 1988 lo firmaron todos los partidos . PSOE y PP llegaron a acuerdos trascendentales, como que en la primera Comisión Europea tras la adhesión de España a la CEE los Comisarios de nuestro país fueran Marín (PSOE) y Matutes (PP), o en los últimos años, impulsar conjuntamente la reforma del artículo 135 de la Constitución. Acuerdos entre diferentes los ha habido, cesiones y renuncias, también. Pero lo cierto es que lo que nunca hubo, porque las mayorías abultadas de unos u otros no lo hicieron necesario, fueron acuerdos que supusieran compartir un plan de gobierno o el propio gobierno de España, es decir, pactos que supusieran compartir el poder.
Es política ficción especular con qué comportamiento hubiesen tenido aquellas generaciones de la Transición o las que les sucedieron, en caso de verse obligados a compartir el poder, y si lo hubiesen logrado. Pero es evidente que es el auténtico reto en la actual coyuntura política: compartir el poder en el gobierno, a través de la fórmula que se elija. Nunca antes el país se ha enfrentado a un desafío que se está demostrando, porque en el fondo lo es, mucho más difícil de alcanzar que llegar a «pactos de Estado». Aunque podría ser una ventaja que ese reto lo esté asumiendo la misma generación política.
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