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Emilio «El Loco», a punto de salir

El secuestrador y asesino de la joven Anabel Segura volverá a la calle tras haber cumplido en prisión 18 de los 43 años a los que fue condenado

Emilio «El Loco», a punto de salir
Emilio «El Loco», a punto de salirlarazon

El transportista en paro Emilio Muñoz Guadix, de 48 años en la actualidad, es un tipo impasible, inalterable. Algunos le llaman «Emilio El Loco». Yo sé bien cómo se toma las imputaciones porque fui el primero en la cola para presenciar su juicio en la Audiencia de Toledo. Emilio fue el secuestrador y asesino de Anabel Segura, de 22 años, estudiante de Empresariales, la joven que salió a hacer ejercicio a la hora de la siesta. Todavía guardo la acreditación. Cuando la chica llevaba ya dos días muerta, exigió 150 millones de pesetas de rescate. Frío como un pescado.

En los bancos del público más cercanos al tribunal me sentaba yo muy próximo, por haber velado en la puerta durmiendo dentro del coche hasta que abrieron. Detrás de mí, toda la familia Segura, con el patriarca a la cabeza. Todos hundidos y rotos de dolor.

Emilio, apoyado por su cómplice, Cándido Ortiz, «El Candi», el fontanero de Escalona, muerto a los 48 años por enfermedad en prisión, había decidido capturar a una «niña rica» para abusar de ella. Le fascinaba la zona de La Moraleja y prácticamente le noqueó aquel monumento de mujer, aquel ángel rubio, que salió de su urbanización privada el 12 de abril de 1993 para hacer un poco de ejercicio mientras preparaba los exámenes de su carrera. Anabel era alta, exuberante, guapa y demasiado confiada. No imaginaba que pudiera pasarle nada en aquella urbanización vigilada y a pleno sol de mediodía.

Emilio y «El Candi», que serían condenados por asesinato sexual a 43 años y seis meses, cada uno por el Tribunal Supremo, habían dado un par de vueltas por las calles sin aceras de la apreciada zona de lujo del norte de Madrid, llena de chalés espectaculares, cuando vieron salir a la joven Anabel Segura en traje de gimnasia. La dejaron ganar unos setenta metros hasta que decidieron perseguirla con la furgoneta blanca del trabajo, aquel día que la lujuria sustituía al paro, y en un acelerón lograron rebasarla y atravesar el coche delante. «El Candi» estaba indeciso y asustado, pero Emilio, un psicópata de manual, tenía decidido aterrorizar a aquella niña y abusar de ella. Se bajó del vehículo y la empujó dentro, mientras ella no podía salir de su asombro. El mismo que dentro de poco pisará las calles libremente, tal vez con nuevas fantasías con mujeres jóvenes.

Cerca, el portero de un colegio contemplaba la escena como si fuera una broma, extrañado de aquel tipo feroz que arrastraba a una dama a la furgoneta. Anabel era una chica lista, estudiosa, brillante y en seguida se dio cuenta de lo que pasaba. Dando rienda suelta a su inteligencia, les pidió que no le hicieran nada, que su padre era rico y que les pagaría lo que hiciera falta. Emilio pareció calmarse con aquello, y «El Candi» dijo estar de acuerdo, aunque en realidad estaba sobrepasado por el terror. Aquella misma noche la ahorcarían en la fábrica de ladrillos abandonada de Numancia de la Sagra con un cordón rojo lleno de nudos. Y en su expediente pueden apuntarse el tanto de haber engañado al tribunal, afirmando que se les ocurrió de repente, después de seis horas dando vueltas con el coche, sin saber qué hacer. En realidad, todo era una puesta en escena, donde primaba el aberrante robo de placer sexual, seguido del robo de un enorme rescate aprovechándose de la familia.

Los Segura miraban con incredulidad, personas sorprendidas en su buena fe, firmes creyentes, cuando hablaba Muñoz Guadix frente al tribunal que le juzgó en Toledo. Recuerdo con aprensión aquella noche «toledana» esperando a que abriera el tribunal para entrar el primero, interesado por ver de cerca a aquel depredador sexual que, como quedó probado, desde el primer momento sabía que la chica debía morir porque no tenía ningún lugar para custodiarla, ningún plan alternativo. O sea, que tal y como estaba previsto, sería satisfacer los bajos instintos y romperle la tráquea. Emilio es un asesino sexual, que sale sin haber cumplido los 60 todavía una amenaza para las mujeres.

Emilio Muñoz tenía la cara de cera, rematada por un puñado de cabellos enhiestos y con calvas, como la melena arrancada a puñados de una muñeca, con cierto aire retro, como si fuera el guardián de la prisión del conde de Montecristo o el jorobado de Notre Dame. Hablaba con suficiencia y cierta chulería. Era un tipo sin un punto de arrepentimiento, convencido de que tenía derecho a poseer a cualquier mujer que se le pusiera por delante. Por eso, la estrategia brillante de la joven Anabel Segura nada podría contra el razonamiento de aquellos brutos. Antes de empezar a humillarla, ya tenían preparado su funeral, aunque la bondad de los jueces no fuera capaz de aceptarlo.

Tenía previsto enterrar el cadáver de Anabel Segura en el subterráneo de aquella montaña de ladrillos y largarse a su casa, aunque habría de declararlo ante aquel tribunal como una casualidad inesperada, tratando de pasar desapercibido, hasta que su mujer, Felisa García, la churrera de Pantoja, a la que también presentó como un inocente cervatillo, condenada por complicidad, encontrara los largos cabellos del ángel rubio secuestrado enganchados en un nudo del jersey del marido puesto para lavar después de haber tapado con él la boca de la víctima. Este peligro potencial para todas las jóvenes, después de sólo 18 años de cárcel, tiene la puerta abierta gracias a Estrasburgo.