Política

Asesinato de Isabel Carrasco

¿Hay más implicados?

La Policía aún debe resolver interrogantes, como la participación de la tercera detenida en el asesinato y la posible existencia de cómplices

La Razón
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La cúpula de la Policía Nacional da por resuelto el asesinato de Isabel Carrasco. Sin embargo en el lienzo del crimen quedan todavía espacios en blanco y detalles por dibujar. La escena principal sí ha quedado definida. María Montserrat y su hija, Triana, se apostaron cerca del portal de Isabel Carrasco, en la avenida de la Condesa de Sagasta. Minutos antes de las cinco de la tarde, vieron cómo salía. Iba sola y caminaba hacia la pasarela que cruza el río Bernesga. La presidenta de la Diputación no sospechó nada, nunca giró la cabeza para ver qué ocurría a sus espaldas. Si lo hubiera hecho, habría comprobado que dos mujeres la seguían con paso firme y trataban de acortar distancias. Cruzó la avenida por el pasó de cebra y ellas lo hicieron detrás. Trinidad no llegó a pisar la pasarela. Se quedó antes. Montserrat aceleró el paso al tiempo que sacaba el revolver Taurus calibre 38 de una bandolera que llevaba colgada al hombro.

A sangre fría

Estaba tan decidida a acabar con la vida de quien ella consideraba la causante de todos su males, que probablemente no se dio ni cuenta de que se había cruzado con una pareja de personas de avanzada edad. Se trataba de un matrimonio, él, policía jubilado. Estas dos personas venían caminando en dirección contraria y vieron, desde la parte más elevada de la pasarela, antes de cruzarse con ella, a Isabel Carrasco. «Esa rubia, ¿no es la presidenta de la Diputación?», le preguntó ella a su marido. Él le dijo que sí, que tenía razón. Así lo reveló la mujer en exclusiva el pasado viernes en «Espejo Público». Se cruzaron con ella. Casi pegada caminaba María Montserrat. «Tan cerca que pensamos que era su guardaespaldas. De repente, escuchamos una detonación y nos giramos», contó en Antena 3 la esposa del policía ya retirado. Vieron cómo se caía al suelo y cómo la asesina la remataba. Tres tiros más. Los dos quedaron en estado de shock. Sin embargo, la asesina, en apariencia tranquila, se giró y fue consciente, cuando sus miradas coincidieron, de que la habían visto. María Montserrat reaccionó instintivamente. Bajó la mirada y trató de taparse el rostro con un pañuelo que llevaba al cuello. La distancia era mínima, apenas un par de metros. La asesina retrocedió sobre sus pasos, lo que la obligó a cruzarse de nuevo con la pareja. Con paso firme, el revolver todavía en la mano y espiritualmente liberada, como se deduce de sus manifestaciones entre rejas, se alejó del lugar. Por fin, tras años de macerar la idea, la había llevado a cabo.

El policía y su mujer estaban aturdidos. Tardaron en reaccionar, pero tras unos segundos, ella comenzó a gritar alarmada. Así lo describe otro testigo protegido que estaba en la zona y cuya versión reveló el pasado viernes, por primer vez también, «Espejo Público». Esta persona escuchó las detonaciones y los alaridos, por eso miró a ver qué pasaba. Vio a la presidenta de la Diputación tirada en el suelo y a su ejecutora. Grabó en su mente cómo María Montserrat, al regresar sobre sus pasos, escondía el arma. «No entiendo que la Policía rastreara el río buscando el revolver, si a ellos se les dijo que la asesina lo guardó en una bandolera», explicó en Antena 3. Los tres testigos coincidieron en la pasarela, junto al cadáver de Isabel Carrasco. Eran las 17:07 cuando en la centralita del 112 entró una llamada alertando del crimen. Fue la mujer del policía la que dio la voz de alarma.

Sin dejar de andar rápido, pero sin llamar la atención, María Montserrat se metió entre los vehículos aparcados en batería del Paseo de Sagasta. Tenía que alejarse de la escena del crimen, así que no le importó cruzar los cuatro carriles de la avenida de forma imprudente, colándose por un agujero del seto que los separa. María Montserrat encaminó sus pasos hacia la calle Lucas de Tuy. Probablemente allí, la esperaba su hija. Le entregó la bandolera con el revólver y, sin apenas cruzar palabra, se separó de ella. Triana tenía que deshacerse del arma. La hija de la asesina tardó pocos segundos en recorrer las dos manzanas de calle hasta alcanzar la confluencia con la calle Sampiro. Allí estaba su amiga Raquel Gago, policía local, tercera detenida y acusada del asesinato. Hablaba con un hombre. Sin acercase a ellos, le gritó que iba a guardar algo en el coche particular de Raquel. Así se lo ha contado a la jueza de Instrucción el hombre, un revisor de la ORA que el día del crimen estaba trabajando.

La tercera detenida

Su relato, junto a otros datos que se recogen en las diligencias policiales, es imprescindible para entender la decisión de la magistrada de enviar a la agente local a la cárcel. Él cuenta que conocía a Raquel por su trabajo. Se la encontró en «actitud de espera» y comenzaron a charlar. De repente, dice, llegó alguien que no supo identificar porque no se fijó bien. Esta mujer, tras advertir a Raquel, metió algo en el asiento trasero del conductor y se alejó del lugar justificándose en voz alta. «Voy un momento a la frutería», anunció, pero cuando el revisor terminó de hablar con Raquel, un buen rato después, Triana no había regresado.

Éste es el dibujo de los hechos, pero quedan muchas incógnitas por desvelar. Si Triana dejó el arma en los asientos, ¿por qué apareció en el maletero?, ¿sabía Raquel Gago que se iba a cometer el crimen?, ¿lo planificó con ellas?, ¿se sentía agraviada también por Isabel Carrasco?, ¿les facilitó información sobre la víctima?, ¿qué tipo de relación mantiene con Triana? Raquel se entera de que madre e hija han confesado y entrega el arma, ¿quién se lo chiva?, ¿fue una revelación fortuita?, ¿puede haber más imputados? Son trazos del lienzo que la Policía todavía debe pintar...